
En la periferia de la ciudad de Santiago de Cuba, en un reparto irregular donde el asfalto, simulado a ratos bajo tierra, supone una civilización olvidada y un escenario perfecto para las más innombradas peripecias humanas, ha publicado ya dos libros Oscar Cruz. El primero, Los malos inquilinos, merecedor del premio David en el 2006 y en el 2009 Las posesiones, galardonado además con el Premio Pinos Nuevos. Los que compartimos tierras parecidas, sabemos que parte del secreto de Oscar está en este pedacito de tierra limitado por la valentía de sus habitantes con el nombre de Marimón.
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Si ya desde Los malos inquilinos este autor, aunque todavía con un estilo bastante edulcorado sobre la base del uso de imágenes y metáforas, posibles, pero también altisonantes, mostraba desenfado en sus temas, ahora, en Las posesiones, con un estilo sosegado, un discurso más preciso, el desenfado aumenta y hace que los temas sean más arriesgados. Y es que ha encontrado lo que tiene y nombrado lo que le mueve sobre la hoja en blanco. Los efectos de la lectura de este volumen no pasan por inadvertido, pues la obra constituye una verdadera reacción contra el tratamiento común de temas universales como el Amor, comprendiendo en este, todas las acepciones no tan rosas, que le incorpora la cotidianeidad y escudándose en parapetos como la familia o la amistad. A este hecho no puede evitarse el sonrojo del lector que se descubre en estas páginas como un villano solapado, porque encuentra el morbo que le es común.
Aunque se disfruta la lectura de superficie con todo lo que implica: denotaciones, ritmo, intensidad, melodía, tenemos que destacar que el goce más intenso proviene, como también es de esperar, del entrelineas. Incursionar en vertical las connotaciones que nos depara Las posesiones es una aventura gratificante y fina.
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El libro, dividido en dos partes, lleva disimulado lo que considero un “intermedio” que, por alguna razón figura también bajo su primera parte con el nombre de sala # 1 Quemaduras. Espacio que se extiende desde el titulado: obertura 1 hasta la obertura 2, pero que no adelantaré hasta después de comentar los primeros textos, los que, a mi juicio,constituyen el mayor logro del autor: el equilibrio y la precisión sobre disquisiciones que recorren temas de riesgo, sobre todo por vastísima gama de escritores, algunos colosales, que los han incursionado; sin embargo, aquí, revisitados desde una visión muy intimista y particular, se ennoblecen. Me refiero, sobre todo, al contenido sexual que se disfraza entre vivencias cotidianas de las que fue escudo, además, el seno familiar, por citar algunos, léase: “holofernes” mi cabeza es un cuerpo represivo o “la pelea” ella se apartó y le dijo: me recuerdas a esos gallos de pelea, ambos bajo el rango de sala # 1 Quemaduras.
Estos versos, tomados al “azar”, se agigantan en sus relativos contextos y recuperan allí esa proximidad sacro-perniciosa donde, en dicho binomio, lo sacro: las desgarraduras (quemaduras) llegan al poeta como herencia, quizás, de la generación antecedente; pero, en la otra, y opuesto, lo pernicioso es el morbo que matiza y divierte al lector, porque viene con el espíritu de su generación y de la sociedad actual, que ha derribado, como a dioses paganos, los tabúes que nos silenciaran antes. Aquí radica el desenfado al que antes me referí y es donde el lector se descubre y descubre a otros. Llevar ese doble juego sobre un mismo trazo, cosa tal que el que se aventura a descubrir, descubra y quien se aventura a ignorar, ignore, se le da solo al artífice, que, si es bueno, se deja incluso atrapar por estas tendencias generacionales, y no por sola inercia, sino y también con intención generacional.
Las posesiones de Oscar Cruz nos dejan cierto aliento epicúreo. Las escenas de la vida nos confrontan porque estamos allí y somos los protagonistas.
Con una simple vuelta de página, y un movimiento estético diferente se descorren los textos que más arriba denominé intermedio, que, sin perder esas militancias comentadas, hacen un recorrido por nombres y libros que definen acaso el cuerpo de lecturas de Oscar. Aunque pareciera nuevamente que hablamos de la fiebre de la cita por la cita, es decir, la ostentación y obstinación de los que necesitan prestigiarse exponiendo su bagaje literario, no es así es resultado. Citar aquí no es la cosa en sí, no lleva el esnobismo estéril al que millones y millones de hombres, como reza el poeta en pie de foto (…) se aferran (…) cada día; sino que través de este ardid también se descubren aquellas sutilezas de las que elogiamos antes, más ahora, tras un parapeto cultural. La variedad en este caso cobra la unidad necesaria para que el libro se mantenga a salvo.
Ya en la sala # 2 problemas de la lírica, que es el otro costado del libro, la estrategia es el “recuerdo”, la “memoria”. Sentimos en este vehículo un reposo, el declive necesario para la perfección de la parábola, que no por casualidad halla su mejor forma en la utilización de la prosa. Esta será vehículo factible para extender toda la rememoración que pretende el poeta mientras el lector se va acomodando a una desaceleración gradual del tratamiento del sexo y el amor contemporáneo. Entonces es que el lector puede asumir el final del libro y quedar con esa secreta discordia que lo llevará a su relectura.
Las posesiones de Oscar Cruz nos dejan cierto aliento epicúreo. Las escenas de la vida nos confrontan porque estamos allí y somos los protagonistas. Leerlas, así, en papel, nos hace pensar que todos nuestros secretos hoy, ya son verdades a brocha gorda y es una necedad simularlos. Somos escenarios hoy de todo lo que nos pasa; mañana, solo seremos memoria.