Eurídice Legrá Mora
● MENCIÓN. VI Concurso Caridad Pineda in memoriam de Promoción de la Lectura. Santiago de Cuba, 2023. Auspiciado por Asociación Cubana de Bibliotecarios (Ascubi) y Biblioteca Provincial Elvira Cape, con el coauspicio de Claustrofobias Promociones Literarias, Uneac y Radio Siboney / También mereció los premios otorgados por la Biblioteca Elvira Cape y por la Revista Viña Joven-Centro Cultural y de Animación Misionera San Antonio María Claret.
Abría aquel paquete con las manos temblorosas de emoción. ¿Qué traería esta vez?, me preguntaba. Después de mucho envoltorio para mi gusto, pude al fin acariciar con gozo el regalo. Era algo especial, algo que no esperaba, pero que mi corazón había adivinado desde que vi el paquete.
Una vez al año venía mi padre a visitarme, se había separado de mi madre cuando yo era muy pequeña. Era rara la vez que no traía consigo algún regalo para mí. Después que me lo entregaba, yo deseaba en mi interior que se fuera. No me sentía a gusto con él. Era un sentimiento extraño, porque el resto del año me lo pasaba deseando volver a verlo. No me atrevía a llamarlo padre, papi, papá o de alguna de esas formas cariñosas con que los niños llaman a sus padres. No me atrevía y cuando lo intentaba me salía tan forzado que sonaba falso, así que, si necesitaba hablarle, llamaba su atención de alguna otra manera.
Pero esta vez, una ternura inmensa me invadió por aquel hombre que siempre había visto tan alto y tan diferente de las demás personas que me rodeaban. Sentí ganas de abrazarlo y decirle: gracias, te quiero. Tendría entonces unos seis o siete años, bien me acuerdo porque había aprendido a leer.
Eran libros. Él me había traído libros. Con cuidado comencé a hojear uno de ellos, me deleitaba mirando las páginas con hermosos dibujos a color. Entonces él puso uno en su regazo y me dijo:
―Lee.
Quería saber si en verdad había aprendido, tal como le había escrito en una primera carta que le había mandado. Yo comencé a leer, lenta, pero con seguridad y aún hoy no olvido su cara de regocijo:
―Es verdad que sabes, dijo… ¡qué bien lee mi muchachita!
Fue este hecho, el primer recuerdo agradable que guardo de mi padre. Y fue así como comencé a entenderlo y a amarlo. Hasta entonces solo escuchaba de él que había sido egoísta por abandonarme siendo tan pequeña, entre otras cosas. Poco a poco, fui formando mis propias opiniones y ya no daba tanta importancia a lo que me decían de él. Ahora solo escuchaba en silencio, y lo extrañaba.
―¡En vez de traerte ropa o una muñeca!
―Con tantas cosas buenas que debe haber allá donde vive-
―¿Libros? Bah….
Aún recuerdo comentarios así. Ninguno de ellos logró empañar la alegría que estos me dieron.
Todavía no comprendo bien por qué me emocionó tanto recibir libros, pero si una se fija bien en el momento en que los niños entran a una Biblioteca y ve sus rostros ávidos, impacientes, la pasión con que se entregan a la lectura, creo que eso lo explica todo.
Yo los recibía por vez primera, los olía y me embriagaba aquel olor diferente, nuevo, acariciaba con placer el brillo y la suavidad de sus hojas, soñaba en cada lámina que observaba. Había aprendido a leer y creo que desde ese día cada libro que cayó en mis manos fue un mundo nuevo por descubrir. Ni ropas, ni zapatos, ni juguetes… fueron libros los que me sedujeron el alma.
Esa primera vez, mi padre me trajo sobre todo literatura soviética, que abundaba mucho entonces, pero entre ellos había un título, de una escritora sueca, Astrid Lindgren, que hasta hoy conservo, aunque en una edición diferente: Pippa Medias Largas. Y fue este libro y su singular protagonista los que me ayudaron a cambiar mi forma de ver y valorar a las personas que me rodeaban.
Porque con su alegría y excentricidades, Pippa me enseñó a sonreír y a disfrutar mejor las pequeñas cosas que la vida ponía a mi alrededor, me mostró el valor de la amistad y la solidaridad. Me enseñó cómo hacer que las personas nos acepten y hasta nos quieran, aunque les parezcamos diferentes o raros. Aprendí que si somos audaces y usamos un poco de imaginación podemos lograr grandes cosas.
Con el paso de los años Pippalotta Provisionia Gaberdina Dandeliona Efraisona Mediaslargas, su nombre completo, continúa siendo un personaje muy querido. Fue uno de los primeros libros que compré a mis hijas en aquellas bulliciosas y ansiadas Ferias. Aprendí a hornear galletas igual que Pippa, por hacerlo igual que ella adquirí el hábito de dormir con los pies en la almohada.
Ella me inspiró el gusto por la libertad, el rechazo a los formalismos, el amor a las flores, a los animales. Entendí que mi padre podía ser el Rey de los caníbales en una lejana y desconocida isla, donde tenía enormes responsabilidades, que no le impedían amarme.
Conocer a Pippa Medias Largas, me animó a continuar leyendo mucho y a escoger la profesión que hoy tengo.
Y me enseñó, que cualquier día puede ser de cumpleaños, si te entran ganas de celebrar la vida.