
A aquella librería o tienda museo en el centro de la ciudad de Santiago de Cuba se desciende como al Infierno de Dante. La encontré en medio del camino de la vida hace ahora casi veinte años. Entonces era un foco cultural, un nicho de resistencia de la cultura popular tradicional cubana en medio de la Fiesta del Caribe, o la Fiesta del Fuego, la máxima celebración de cultos mágicos religiosos en Cuba. En la puerta del local, Eddy Tamayo, el dueño de la librería La Escalera tenía y tiene aún dos murales.
Antes los murales mostraban los afiches que anunciaban el Festival del Caribe, ahora los afiches no llegan hasta La Escalera y Eddy coloca portadas de discos de vinilos que muestran lo mejor de la música cubana en un lado, y en el otro mural se muestran cubiertas de libros. La gente se detiene en los murales de Eddy, recorta las cubiertas de discos, y también coloca afiches y las principales noticias de los diarios. En los murales de Eddy se detienen los que pasan por la calle. Hay quienes esperan las actualizaciones. En lo que no se detiene la gente es en el cartel de madera que dice: Librería de usos y raros que está en la parte superior de los murales y que anuncian la puerta del infierno.

La librería está en la calle Heredia, una de las principales calles de Santiago de Cuba, muy cerca del museo del Carnaval, la Casa del Abanico al lado, la sede de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac) al frente, la Casa de los artesanos un poquito más a la derecha, y también muy cerca la biblioteca Provincial Elvira Cape y la Casa Natal José María Heredia y Heredia. Una cuadra más allá se encuentra la Casa de la Trova, la Catedral de Santiago y el parque central Carlos Manuel de Céspedes. Por allí, al frente de La Escalera hay mucho tráfico desde la mañana hasta la noche.
La primera vez que entré había un trío sentado en la escalera, al fondo. Se llamaban JJ Son y cantaban “Hasta siempre Comandante” para unos franceses. Después cantaron otros temas de la música tradicional cubana y los franceses se emocionaron y hasta echaron un paso. JJ Son interpretó casi un disco, y al final los franceses levantaron la mano, sonrientes, y se marcharon. Tal vez uno de ellos echó alguna moneda a aquella victrola humana. Esos son los recuerdos que quedan del trío y la música en vivo que desapareció por falta de presupuesto.
Cuando el cliente entra a La Escalera no encuentra lo que debe ser una librería común y corriente. De hecho, tiende a confundirse. ¿Qué puede ser aquel lugar lleno de libros, tarjetas de presentaciones, afiches, billetes, libros y rarezas? ¿Es acaso un museo? Pero enseguida encuentra la respuesta del librero de turno:
— Es una tienda museo. Casi todo está a la venta. Mire y pregunte.
Desde la entrada la vista comienza a perderse en la colección de discos de vinilo que guardan la voz de Pacho Alonso, Los Van Van, la Aragón y otras orquestas cubanas. La mirada no sabe bien dónde posarse, incluso después de varias visitas sigues descubriendo otros objetos que siempre estuvieron allí.
Hay programas de eventos culturales y afiches firmados por el mismo Pupy Pedroso, uno de los grandes de la música cubana; y los actores de cine y televisión santiagueros de reconocimiento nacional Carlos Padrón y Raúl Pomares han dejado varios de sus reconocimientos en aquellas paredes. Padrón ha dejado cada uno de sus libros firmados y el propio Pomares arrancó un pedazo de papel y dejó escrito: “Para Edy, uno de los más activos promotores culturales de Cuba, junio 12 de 2009. Raúl Pomares”. También pueden encontrarse otras firmas en los libros del crítico literario Marino Wilson Jay que deja allí cada uno de sus libros como si fuera una promesa, como si La Escalera le abriera el camino por el mundo. Cada uno de sus libros en cuanto sale de poligráfico va a La Escalera. También el periodista Reinaldo Cedeño dejó escrito en uno de sus libros: “A Eddy que ha levantado la memoria de los libros”. Estos libros firmados, y estos afiches se conservan sin precio en La Escalera.

También las fotografías van contando los diferentes momentos de la historia de La Escalera y las personalidades que han pasado por allí. Fotos que no se arrancan de las paredes y que permanecen para contar parte de la historia de Cuba. Son fotos que no están bien pegadas ni cuidadas y que con el paso del tiempo se van destiñendo y partiendo. Hay objetos que no se venden y marcan el espíritu de La Escalera, como algunos carteles al fondo que dicen Esta casa está de guardia, recordando el inicio de las guardias que se hacían en los barrios con el nacimiento de los Comité de Defensa de la Revolución (CDR) y también un poco escondido otro cartel que dice: La Escalera, Salón de los Pequeños, jugando con El salón de los Grandes, de la cercana Casa de la Trova, lugar emblemático de la ciudad.
Según las reglas de librerías del Instituto Cubano del Libro todo local comercial debe incluir una vidriera de exhibición o ser sustituida por cristales a través de los cuales se puedan mostrar los títulos en venta, antes y después de cerrada la librería, y tendrá publicidad en la vidriera.
Los espacios cuadrados o rectangulares facilitarán el recorrido del cliente y la exhibición de los libros. Las paredes pintadas con colores claros, y el espacio tendrá buena iluminación y ventilación. El mobiliario adecuado al tamaño del lugar. Todo estante idóneo para ubicar libros debe poseer cuatro lineales o entrepaños: nivel de techo, nivel de ojos, nivel de manos, nivel de suelo.
El ambiente ha de ser grato, sin ruidos ni suciedad y con promociones estéticas adecuadas. Además, de ser posible, con fondo musical instrumental bajo. La librería es un comercio y un lugar donde se respira cultura, es decir, corrección, buen gusto y sobriedad.
Pero en La Escalera no hay estantes, se pierden los niveles. Un objeto está sobre el otro: un cartel, una tarjeta de presentación, un billete, un libro sobre el otro, sin importancia alguna más que el día de llegada. Hay un mueble roto, dos sillas metálicas, un ventilador de techo que no baja el aire y un ventilador ruso cerca de las sillas metálicas en la que se sienta el librero de turno. La Escalera tiene propuestas desde la misma puerta de entrada hasta en el techo para poder aprovechar el espacio, los casi cuatro metros de ancho y cinco metros de largo están saturados de libros y objetos.

El timbre de la bicicleta sonó escandalosamente al frente de la Librería La Escalera. Atienda, le dije a Conrado, el librero de turno. El hombre apoyó una pierna en la calle y la otra la dejó sobre el pedal.
—¿Usted es el dueño de la librería? –preguntó el hombre.
—No –el jefe está enfermo-, dijo Conrado.
—Ah, ¿pero hay alguien que pueda ir a la casa a verlos? Que me den lo que quieran, lo que puedan. Si nadie va a mirar esos libros los apilo todos en el centro del patio y les doy candela. No tengo tiempo para perder.
El hombre hablaba rápido y repetía la idea de que no tenía tiempo y les daba candela como una amenaza, pero sin creer que pudiera llegar a hacerlo.
—¿Y qué tipo de libros son? –preguntó Conrado.
—De todo. Hay ediciones príncipes de inicios del siglo XIX: historia, filosofía, arquitectura, planos… Eran de mi abuelo. Si nadie va, les doy candela. Tengo que construir un cuarto para mi hijo.
El hombre volvió a insistir en la pira en el centro del patio.
—Lo que puedo hacer es decirle al hijo del patrón -dijo Conrado jocoso—, que él le diga a su padre y vaya.
Y el hombre volvió a repetir que si no iban en una semana les prendía fuego, y se impulsó en la bicicleta. Me quedé mirando al hombre, pero no pude mirarle bien el rostro. Conrado regresó al asiento.
—Me gustaría tener dinero para comprar esos libros. Seguro hay joyas.
Antes de retomar la conversación con Conrado recordé un reporte que apareció en el año 2015 en el periódico cubano Juventud Rebelde. No podía olvidar el titular: ¿Nadie quiere libros? En el artículo la periodista hablaba de una profesora cubana, relevante académica que no encontraba a quién donarle su biblioteca personal.
Sin vergüenza recojo para mi librería los libros de las esquinas. A veces encuentro las cajas de libros o los sacos y los reviso. Están allí, tirados sin piedad para que se los lleve el carro de la basura o uno de esos viejitos que recoge los libros para venderlos a los turistas. A veces encuentra uno a los viejitos clasificando libros en las esquinas, entresacando lo mojado, lo roto, lo que ya se desprende con el viento, y al lado algunos de los tesoros que llevarán a la librería La Escalera, o a nuestra librería de Claustrofobias o se sentarán en cualquier esquina de la ciudad y montarán la venta a escondidas de la policía.
Una vez recogí los libros de mi profe de Gramática. Siempre bajaba por aquella calle y miraba la puerta con ganas de tocar y saber de ella. La recordaba cuando cumplía años. Y al pasar al frente de su casa estaban sus libros tirados en una camioneta entre escombros y cemento. Le pedí permiso al chofer para quedarme con ellos y él me llevó hasta el frente de mi casa.
Recordé el primer día de la profe. Sus clases de Redacción y Gramática. Y allí estaban ahora parte de sus recuerdos y de los míos. Entre ellos estaba mi primera novela dedicada a ella; los libros de lingüística que siempre soñé tener, los que todos sus alumnos soñaban tener en casa. Allí encontré marcadas las páginas de grandes novelas como Las ilusiones perdidas y el fragmento que la profe citaba de memoria estaba subrayado en amarillo, el poco amarillo que quedaba. En aquellos libros seguía de puño y letra su caligrafía y los apuntes para las clases.

Ella había perdido la visión, y yo recordaba ahora uno de los ensayos de Jorge Luis Borges que citaba y mandaba a estudiar. ¿Sería que ella también iba perdiendo los colores?, ¿sería acaso el amarillo el último color?, me pregunto. Ahora no podía levantarse de la cama. Su familia tiraba afuera la biblioteca.
Bajé a ese mundo ciego. Detrás de la puerta estaban los libros, ediciones príncipes de Alejo Carpentier, una colección que se llamó Biblioteca del Pueblo y que circuló en la primera feria del libro en Cuba; libros como la primera biografía de Fidel Castro publicada en el 1949, y también ediciones que muestran libros de José Martí. También están los libros de Ernesto Che Guevara, los más buscados por clientes cubanos y extranjeros.
Allí están libros de medicina y de humor, y siempre entre los clásicos de la literatura nacional varios títulos de Fernando Ortiz. También está en una esquina, El monte, de Lydia Cabrera y La novela de mi vida, de Leonardo Padura. Según Conrado Ferrer, el librero, se buscan mucho los títulos de Lydia Cabrera y Leonardo Padura. Junto a Martí son los autores cubanos más buscados en la librería.
En una esquina están algunos periódicos cubanos de antes del triunfo de la Revolución, periódicos muy viejos que llegan de la biblioteca provincial o de una biblioteca personal. Hoy, El mundo, periódicos de los años sesenta, muestran en páginas casi partidas los orígenes de un país partido.
También hay botellas, monedas, billetes de Colombia, Venezuela, Vietnam, Argentina, Alemania y Estados Unidos. Hay un billete de 100 dólares norteamericanos que muchos se detienen a mirar para saber si es verdadero. Al fondo también hay tarjetas de presentaciones de varias personalidades cubanas: músicos, periodistas, actores, actrices, personas que llegan de cualquier latitud mundial; se emocionan y quieren dejar su huella.
Hay libros dedicados por autores cubanos. Cada uno está abierto en esa página para mostrar la dedicatoria a Eddy y La Escalera. Y las banderitas flotan muchas veces con el viento que bate desde afuera o con el poco viento del ventilador, banderas de naciones caribeñas como República Dominicana, Puerto Rico, Suriname, y de tierras europeas y asiáticas como Alemania y China.
En otro lado y hasta en el techo aparecen fotografías de importantes músicos cubanos. Juan Formell, director de los Van Van, Electo Silva, Eliades Ochoa, parece un pedazo de la música cubana, fotografías originales de la época. Mirando detenidamente los objetos antiguos, incluso los afiches en el techo, uno descubre, siente que tiene un pedazo de historia detenido, como si tuviera a Cuba en la mano, como mismo se llama un libro.
¿Dónde tienen lugar los archivos? ¿Dónde quedan las fronteras de lo público y lo privado? ¿Lo secreto y lo no secreto? Parece que recuerda uno estas ideas de Jacques Derrida. Hay quienes miran desde afuera y no quieren entrar, los asusta tanto polvo y desorden. Tanto objeto sobre objeto. Tanta memoria acumulada en tan pequeño espacio.
Las tarjetas de presentación están pegadas de las paredes con cola o chinchitas como al descuido, también las fotografías y afiches. Quien tenga obsesión por el orden no puede entrar a La Escalera, quien ame a un país a partir de sus objetos lo ama y odia. Es posible encontrar momentos únicos de grandes artistas congelados en instantes. Las fotos muestran a veces la risa de un país, o la tristeza.
Entran cubanos y extranjeros, pero los archivos de La Escalera llegan de manos de cubanos para partir la Isla. Allá se van los recuerdos, las esencias. Una francesa viene y pregunta por los sellos donde se muestre Cuba, quiere ese sello de la Organización de Pioneros para prenderlo en su gorra; una alemana que habla muy bien el español llega con un negro de acompañante. Ella trae un short bien corto, desflecado, y se le sale un cachete de la nalga. La alemana viene por discos originales de la música cubana. Un señor de Estados Unidos encuentra postalitas de los años cincuenta de sus peloteros favoritos, quiere tener toda la colección, es un capricho suyo.
Para un cubano que vivió aquellos años sabe la importancia del sello de la Organización de Pioneros, era un lujo ganarse aquel sello de pioneros exploradores, tener aquel disco de Pablo Milanés que marca la vida de cubanos y cubanas. Pero tal vez eso ahora no importa mucho. Hay que vender lo nuestro para poder comer. O tal vez ya no signifique lo mismo.
Aquellos extranjeros se llevan en sus manos los objetos por un precio risible. Un precio con el que un cubano, como le dice Conrado al cliente, puede comprar algo más que dos pizzas. Se van nuestros recuerdos, nuestras infancias en un sello, en una postal, y atraviesan los océanos.
Una buena librería debe tener un buen librero. La librería es lo que son sus libreros. Conrado tiene 70 años y es profesor. Es jubilado, pero también se contrata para impartir clases de Historia de Cuba y Cultura Política a reclusos en diferentes penales. Y luego, cuando llega el fin de semana Conrado viene a la librería a hacer de librero. Los libros y la lectura son para él un paraíso, la felicidad. Pero para satisfacción suya, cuando llegan las vacaciones se encarga a tiempo completo.
Me cuenta Conrado que la mayoría de los turistas cuando llegan a La Escalera preguntan si es un museo.
—Es una tienda museo, pero casi todo lo que está usted se lo puede llevar, dice Conrado. El que viene se da banquete. Aquí vino una vez un norteamericano y cuando lo fuimos a atender dijo gracias, gracias, yo solo quiero ver, yo tengo internet. Estaba mirando y mirando, y de pronto miró para arriba y vio un póster, un afiche, de Franklin Roosevelt, presidente de los Estados Unidos. Cuando el vio eso dijo ay, Dios mío. Eddy lo tenía de adorno, no para la venta y enseguida dijo, bájenmelo, y pida lo que usted quiera. Qué sucede, que algunas veces, aunque es doloroso decirlo, algunos cubanos hacemos papel de indio, y hay cosas aquí como en otras partes de Cuba que ellos se lo llevan a un precio risible, módico, pero cuando llegan a España, Francia, Estados Unidos, estoy seguro que eso se convierte en una joya; y si aquí le costó 10, 20, cuc, allá imagino, puede costarle miles de miles de dólares, porque son cosas originales. Fíjate, muchos vienen buscando propaganda de aquella época, de la Bacardí y la Coca Cola. Y ellos lo aprovechan. Pero ya usted sabe, el precio que hay que dar aquí es un precio módico. Lo que hagan ellos es otra cosa.
Conrado invita a los extranjeros que pasan por la céntrica calle Heredia, el primer poeta romántico de América. Y los invita a revisar los libros y todo lo que allí se junta.
Llegan a La Escalera propuestas de libros viejos y otras antigüedades. La Escalera es algo más que el oficio de vender libros. También es para muchas personas una posibilidad de sobrevida. Vienen a ver a Eddy personas que atesoran algunos bienes familiares: una vajilla, un prendedor, una botella de la época, y hasta una plancha del siglo antepasado. Pero la gente lo que más traen son libros y periódicos, documentos antiguos, y fotografías, aunque algunos dejan cámaras fotográficas. Lo más importante es que Eddy diga que sí y aquel pedazo de vida cambie de lugar.
Por allí han pasado las principales bibliotecas de intelectuales santiagueros, y es tan famoso que llegan anticuarios de La Habana o el centro de Cuba a buscar en La Escalera, incluso han llegado de varias partes del mundo.
Pero Eddy Tamayo, el director de la librería, no solo piensa en el dinero. Trata de poner siempre en las mejores manos cada texto, objeto o documento. Eddy permitió que la medalla conmemorativa por el Centenario de José Martí terminara en la Sociedad Cultural José Martí; la entregó personalmente a Armando Hart, entonces director de la Institución para que esta medalla formara parte del memorial donde se conservan las pertenencias del más universal de todos los cubanos. Por esa medalla, Eddy hubiera recibido mucho dinero.
También Eddy regala a los coleccionistas de sellos, billetes, monedas, algunos ejemplares, sin costo alguno. Y regala periódicos y otros textos a investigadores de la cultura cubana. Muchas veces Eddy nos llama antes de poner a la venta para decir mira lo que me cayó, como buscando la salvación. Eddy ha donado también libros que han llegado en cajas y se los han dejado allí, y sirven a estudiantes de primaria y secundaria.
Por estos días Eddy donó un juego de cámaras fotográficas al Museo de la imagen Bernabé Muñiz, de Santiago de Cuba. Él conserva no muy bien los documentos, o cartas que tienen la firma de las donaciones. Muy pocas personas saben de las donaciones de Eddy, y cuando lo ven bien elegante por las calles de Santiago creen que este hombre gana mucho dinero.
El oficio y espacio de la librería ha cambiado en el mundo, pero en Cuba siguen con el mismo estilo de Cuba. Incluso las librerías que venden las producciones más recientes de las editoriales cubanas siguen igual. Nada de informatización ni de crear espacios alternativos en las librerías para atraer a los clientes. Como espacio son pocos atractivos, y las atenciones de la mayoría de los libreros es muy discreta.
El Observatorio Cubano del Libro y la Lectura declara en sus documentos oficiales que en el país existen 302 librerías que forman parte del Instituto Cubano del Libro, repartidas por todo el país, en todos los municipios urbanos y rurales. Pero, además, el oficio de librero es una de las actividades que pueden ejercerse por cuenta propia. Se suman al coro de las librerías cubanas las estatales y particulares con diferentes matices.
La Escalera se mantiene al margen como los otros espacios de libreros independientes que pueden encontrarse en pequeños espacios de la ciudad, plazas y parques. Los libreros independientes o vendedores por cuenta propia tienen su carné que los legaliza y amparo en La Gaceta Oficial.
De los libreros independientes son muy famosos los de la Plaza Vieja en La Habana Vieja. Allí venden, como en La Escalera, libros y antigüedades. Cuando quieres conseguir una edición príncipe se puede ir a la Plaza Vieja, pero seguramente el precio será muy alto, sobre todo para cubanos, pero ellos saben que el patrimonio de este país tiene todavía algo de valor. Recientemente vieron afectadas sus ventas porque la Aduana de Cuba restringió las salidas del país de varias publicaciones de los años sesenta y otro tipo de objetos. Ahora hay más posibilidades de que el Patrimonio Cubano no se despida tan fácil del suelo nacional. También las últimas digitalizaciones por parte de bibliotecas extranjeras y universidades a documentos cubanos de siglos XVII y XVIII, y con descargas gratis, han abaratado los precios de algunas publicaciones.
Ismael, hijo de Eddy y librero en La Escalera quisiera modernizar el lugar. Este es el legado del viejo, dice. Por estos días anda enfermo y me dijo que esta herencia de la familia la tengo que seguir. Aquí han trabajado mis tíos, mi mamá, y mis dos hermanas. Toda la familia ha trabajado en La Escalera.
Quisiera quitar las fotos y colocarlas de otra manera para que se cuiden, a veces hay una foto pegada sobre otra y si las desprendes se dañan las dos. Mi papá comenzó esta historia hace más de veinte años sin pensar en la cultura que iba juntando aquí, dice Ismael.
Quisiera crear en el pequeño espacio un lugar para imprimir documentos, eso da dinero, dice, pero hay que mantener lo que soñó el viejo. Quisiera montarle una página de Facebook, una página web. Pero todavía no es el momento. No es el tiempo de modernizar la librería.
Ismael tiene 23 años. Y los jóvenes de esa edad no piensan mucho en una librería como trabajo. Se lo inculcó su padre. De niño creció en la librería escuchando la música tradicional cubana y el espacio de los libros, aunque confiesa que no es un gran lector.
Ismael me dice que a su padre lo reconocen muchos cuando anda por las calles de Santiago. El hombre de la librería La Escalera, y me dice esa foto del actor francés Alain Delon que ves ahí es uno de sus sueños, él quiso parecerse al actor. En casa hay una foto de él donde se parecen mucho. Y comprendo ahora lo que marca esa foto en La Escalera. Tal vez muchos vean las fotos y crean que es su interés por los artistas, pero esa en particular guarda otra historia.
Por aquí pasa mucha gente al día, me cuenta Ismael, embajadores, artistas, gente de la calle, dirigentes. Aquí han estado las principales figuras que vienen a la ciudad. Hace un año estuvo Jhonny Ventura en el Festival del Caribe. Desde que abre hasta que cierra La Escalera se mantiene con público, desde las 10 de la mañana hasta las nueve de la noche.
Abrimos la librería de Claustrofobias en el 2014. No podía ser como La Escalera. Tenía que tener un mayor orden en los archivos. Aunque seguramente los archivos de Eddy y Conrado no fallan en sus memorias. Queríamos tener una librería en el centro de Santiago con los mismos precios para cubanos y extranjeros, y que pudiéramos compartir y regalar, como Eddy libros y materiales. La Escalera y nosotros no éramos competencia, al contrario, nos convertimos en una resistencia para salvar libros y documentos.
En Claustrofobias, Naskicet Domínguez, matemático e informático, uno de sus coordinadores lo ha montado todo en base de datos. Todo informatizado, y comenzamos a digitalizar archivos, a desarrollar el mercado electrónico del libro en Cuba.
También en Claustrofobias comenzamos a recibir a las personas que se deshacen de los libros, sacos y cajas que ya no caben en sus espacios, libros por los que dejaron de comer. Ahora comenzaba un nuevo periodo con los libros y la librería. De La Escalera tomamos la idea de los libros firmados por los autores, el trueque e intercambio. A veces, le intercambiamos a Eddy algunos ejemplares.
Como a La Escalera cada día llegan más personas desesperadas por quitarse de encima los libros. Todavía ellos forman parte de una generación que les da valor a los libros, por lo menos no los echan a la basura sin tratar de encontrar un destino seguro. Hasta nosotros han llegado los herederos de varios profesores de la Universidad de Oriente. Tampoco las bibliotecas quieren esas donaciones.
La viuda de uno de los historiadores más reconocidos de la ciudad nos dice que si no llegamos el domingo se irá en la mudanza tirando los libros por el camino y me quedo con esa imagen y vamos por ellos. Encontramos colecciones completas de libros y revistas. La madre de otro profesor, este de biología, dice que su hijo murió de un infarto y allí está su biblioteca entera. Y descubrimos un mundo desconocido de plantas y animales. Y aparece una mujer que botará todos los libros en la casa que compró. Era la casa de Leonardo Griñán Peralta, una de las figuras más importantes de la Historia de Cuba de principios de siglo XX. Para entender la Historia de Cuba y la vida de grandes personalidades como la de Antonio Maceo hay que visitar los libros de Griñán. Allí aparecen firmas de Jorge Mañach, Cintio Vitier, José Antonio Portuondo, y otras relevantes figuras. Y lo cargamos todo, húmedo y destruido por la lluvia.
Y así pasan por nuestras librerías varias personas que desean deshacerse de aquellos libros con los que crecieron, estudiaron, se hicieron profesionales, pero ahora todo ha cambiado. Llaman de diferentes lugares de la ciudad, llegan algunos con sacos y cajas. Una amiga va trayendo cada vez tres o cuatro ejemplares. Y en Claustrofobias se quiere que cada libro encuentre el lector, que pueda enriquecer la biblioteca personal de algunos estudiantes que necesitan esa bibliografía y no tienen cómo leer en formato digital. Y en cuanto llega algún libro o folleto que hable de la prensa se lo entregamos al historiador Rafael Fleitas. Él trabaja la historia de la prensa en Santiago y la historia de la anestesia en Cuba. Recientemente descubrió en aquellas donaciones de textos algunas informaciones que le cambiaban el rumbo a sus investigaciones.
Uno conoce en cada librería los temas de investigación. Por ejemplo, el escritor e investigador León Estrada ficha los autores santiagueros y los poetas cubanos que escriben soneto, y en cuanto aparece uno de estos libros, folletos o revistas con una huella, se lo entregamos.
Antes La Escalera fue un lugar para la música y la tertulia, un espacio activo de promoción de la lectura como deben ser las librerías, pero ahora solo queda espacio para la venta y la promoción en la misma gestión.
Sin embargo, en Claustrofobias la librería tiene un club del lector con un carnet, y se realizan encuentros con escritores, trasmisión de programas de radio y televisión. Los escritores que vienen a Santiago no dejan de pasar por la librería de Claustrofobias y quieren dejar testimonio para publicar en las redes sociales, también dejan sus libros dedicados para el club del lector y para que se comente en los programas radiales.
También por La Escalera pasan realizadores del mundo audiovisual y se han realizado reportes para Telesur y otras cadenas de noticias. Se han filmado algunas tomas para documentales que hablan de la ciudad de Santiago de Cuba. Ahora las librerías independientes comienzan a ser más interesantes que las estatales. Las librerías independientes saben que tienen que vender, saben que tienen que atender bien al cliente para que regrese. Un librero de una librería estatal no está obligado a vender, cobrará lo mismo si vende o no a fin de mes.
En La Escalera los clientes reciben orientaciones de los libros que existen. Sus libreros no son especialistas; en Claustrofobias, los clientes se llevan casi un panorama de los títulos y autores y otras sugerencias.
En una jornada sentado con Conrado en La Escalera apareció una española que quería El reino de este mundo, de Alejo Carpentier y luego un habanero que evidentemente sabía bien lo que quería y revisaba unas enciclopedias antiguas.
—Él siempre viene aquí, me dijo Conrado. Se han llevado libros para bibliotecas en el extranjero.
—Por suerte han digitalizado mucho los archivos antiguos, le digo. En la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos y en universidades norteamericanas se pueden encontrar muchos archivos.
Después llegó una señora con un sombrero y preguntó en muy mal español si era un museo. Y Conrado aclaró nuevamente:
—Una tienda museo. Pregunte.
La señora miró y se marchó.
—Hay gente que viene aquí porque quiere completar sus colecciones, dice Conrado. De Libros, billetes, postales.
Y más tarde aparece un señor mayor y deja una caja en una esquina.
—Vaya a ver qué Eddy le saca a eso.
Pero se ven libros muy viejos y deteriorados.
—A veces la gente deja libros así, pero ya no sirven para nada. Evidentemente a algunos les cuesta trabajo desprenderse de los libros.
Al fondo de La Escalera hay un altar. Está un gallo negro disecado, una herradura, una cruz y la Virgen de la Caridad del Cobre, Patrona de Cuba. Le pregunto a Ismael si su padre cree y me dice que es para el mal de ojo, para alejar la mala vista. Los santiagueros siempre creen en algo para su protección. Cuando mi padre fumaba le echaba humo, atendía el altar, pero ya no fuma. En esa esquina está también la bandera cubana, la fotografía y el epitafio de un joven canadiense.
Conrado Ferrer me dio los detalles y desde entonces no lo puedo olvidar. Karl Stunt (1979 – 2004) murió esquiando. Fue amigo y estudiante de la Revolución, pero nunca logró llegar a Cuba. Sus padres recorrieron la Isla para homenajear su memoria en un lugar especial, un lugar que le pudiera gustar al muchacho. Encontraron la librería en Santiago de Cuba. ¿Qué tenía aquel lugar lleno de monedas, billetes, póster, discos de vinilos y libros viejos? ¿Qué tenía aquel sitio para encantar y dejar la huella de una familia? Dice Conrado que la madre le preguntó a Eddy, el dueño de la librería si podía dejar allí una tabla con el nombre de su hijo a manera de epitafio. Y así lo hizo. Lo dejó en el altar.

Allí quedó la historia de Karl, como también vienen muchachas quinceañeras a hacerse fotos en la librería. Incluso vino una pareja que se casó a hacerse unas fotos aquí, me dice Ismael. La Escalera es un pedazo de construcción en una esquina con papeles, fotos y documentos que atrae.
Las librerías La Escalera y la de Claustrofobias son dos librerías independientes en el centro de Santiago de Cuba. Por cada una de ellas pasa casi un centenar de personas diariamente. Los clientes buscan libros que no aparecen en la red de librerías cada vez más desabastecida. Pero en estas aparecen libros que no se han reeditado, folletos que brindan mucha información de la historia y la cultura. Y siempre que sea posible hay que ponerla a salvo, en manos que puedan perpetuar la información. A veces llegan libros que tienen varias ediciones y no se teme con deshacerse de esos ejemplares, pero a veces son las únicas ediciones y hay que protegerlas hasta fotografiar o escanear. A veces no importa quién lo lleva ni adónde, lo importante es que se salve la información. La Escalera intenta salvar, vende y regala.
El hombre de la bicicleta regresa a mi mente a preguntar por los libros. Tal vez se estén amontonando en el centro del patio para prender el fuego. Y muchos de estos libros que aparecen e incorporan informaciones o cambian la Historia de Cuba se destruyan para siempre, sin llegar al polvo de La Escalera, sin llegar a mano alguna, aunque luego atraviese los océanos.
Eddy me habló de su salario como jubilado. Trató de arreglarlo, pero no fue de los afortunados. Su pensión, a pesar de ser militar retirado, inspector de cultura, y otros oficios, quedó igual. Después de la pasada enfermedad de Eddy sus pasos van más lentos, pero siempre anda elegante por las calles de Santiago. La Escalera sigue abriendo a las diez de la mañana. Por otro lado, Claustrofobias también abre a las diez de la mañana. En Santiago de Cuba se abren dos librerías independientes a la misma vez, dos infiernos o paraísos que se resisten a la muerte de los libros, al cierre de las librerías y los espacios literarios.
Afortunadamente, en el trabajo de las librerías uno descubre personas que piensan como Jorge Luis Borges y que comparte una filosofía de vida, un objetivo de lucha y resistencia. El hombre soñó y forjó un sinfín de instrumentos, entre ellos el libro. Como diría Borges “una extensión secular de su pensamiento y de su memoria”. Y dice el argentino: “Hay quienes no pueden imaginar un mundo sin pájaros; hay quienes no pueden imaginar un mundo sin agua; en lo que a mí se refiere, soy incapaz de imaginar un mundo sin libros”. Y es así, somos incapaces todavía de imaginar un mundo sin libros, un destino sin libros.
Este texto fue resultado del Taller de Nuevas Narrativas en 2019, impartido por los periodistas Sergio Rodríguez Blanco y Federico Mastrogiovanni, en la Casa de las Américas.