
Escrito por Laidi Fernández de Juan
La Habana, 10 feb. 2023 – Asumo la tarea de presentar este libro con el cariño de quien cumple un deber familiar: Para nadie es un secreto la unión amorosa que enlazó las familias de Fefé y la mía, hasta la eternidad, -comience o no un lunes-, relación esta que se conserva hasta el sol del mundo que construyeron nuestros padres y tíos. Ha querido el azar lezamiano que hoy, aquí, seamos dos mujeres quienes sostengamos encendido el cirio de la fidelidad, en nombre de un tiempo que existe, de cierta forma. Antes de referirme al libro Un rumor apenas, que nos convoca, me gustaría traer a colación un exergo de Mañach, que define en gran medida, no solo el contenido del tesoro que Fefé nos obsequia, sino su afán por perpetuar la memoria:
Al pasado hay que amarlo como tal pasado y no deseando que fuese todavía presente. Pero uno no puede menos que exceptuar de ese criterio el pasado personal, el propio tiempo niño.
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Precisamente es de un tiempo niño del cual nos habla la autora, de ese pasado personal, íntimo, no solo propio, sino también del de su tribu más querida. El inmensurable privilegio que significa proceder de una familia tan ilustre como la de Fefé, lleva implícito asumir la responsabilidad de que su pasado personal no quede solo en el baúl de los recuerdos, sino que sea disfrutado por el gran público, ese conglomerado a veces anónimo que anhela conocer cómo fueron los artífices de la más depurada cultura literaria de la nación. Así, esta muchacha tierna (no podía ser de otra manera, nacida y criada con exquisita dulzura, de la cual soy testigo), dedica gran parte de su existencia a vivir no con los fantasmas que rumorean a su alrededor, ya sea a través de libros, de traducciones, de dibujos, de canciones, de fotos, de esa colección fabulosa de diademas que son su casa, sus libreros, sus minuciosas carpetas que preservan de las manos del olvido verdaderas reliquias.
Decía que Fefé se empeña, gracias al Dios que adoraron su padre Eliseo, su tio Cintio, y la increíble tía Fina, en quien me detendré, en compartir generosamente todo lo que va rescatando y atesorando, y es gracias a ella que debemos el conocimiento de los antecedentes, los orígenes de Orígenes y de todo lo que ello implica, para lo cual imparte conferencias magistrales, como las que se recogen en este libro. Ya en “El reino del abuelo”, que más que una colección de viñetas memorísticas es un encaje bordado con oficio de orfebre,
Fefé anunciaba la consagración de su primavera eternamente niña, desde la que nos cuenta su tiempo niño. Seis capítulos conforman el recorrido sentimental, aunque también fructífero en cuanto a lo que nos enseña, esta melodía que ella ha compuesto para nosotros, apenas un rumor que canta, y de ellos, la inmensa mayoría está dedicada a la vida y obra de Eliseo (Sus ancestros, su formación, su vocación humanística, su labor de escritor, de traductor, de incansable fabulador y amante del mundo mágico que solía habitar), sin que ello represente una sucesión de simples hechos fortuitos. Todo lo contrario, es la apasionante historia de un hombre que vivía como en un poema eterno y más bien de ensueño, sin que falten en el cuento sus chispazos de humor, de esa picardía que no abandona a los niños que de repente, sin quererlo, se convierten en adultos.
A petición de Lourdes Cairo, amiga cercana y editora de este libro, me detendré en el capítulo tercero, “Lectura comentada de Pequeñas memorias, texto inédito de Fina García Marruz”, cuya magia inicial pude disfrutar hará pronto veinte años, al dedicársele la Semana de autor a Fina en la Casa de las Américas. Fue entonces cuando acompañé a Fefé, y quedé prendada del minucioso estudio realizado por ella en el rescate de este texto, francamente estremecedor. Pequeñas memorias fue escrito cuando su autora tenía treinta y dos años, en 1955, y Fefé, con su destreza quirúrgica, selecciona fragmentos, respetando así el deseo de su tía: “páginas que no se hicieron para ser publicadas –lo que advertí en lo que un malicioso lector llamaría “el prólogo”- para no exponer a algo que odiamos tanto como amamos la poesía, la “vida literaria”, a sus comentarios, chanzas y humores”.
Luego de una necesaria introducción Fefé escogió tres fragmentos de capítulos. El primero, nombrado “La dicha”, es quizás lo más profundo que se haya escrito en nuestra lengua con respecto al misterio de un sentimiento tan inapreciable como puede ser la felicidad, el goce, la dicha, en fin. Parafraseando el título de una película de Sydney Pollack, basada a su vez en una novela del mismo autor de “Sin novedad en el frente”, Erich María Remarque, pudiéramos decir que Fina logra, en breves cuartillas, explicar lo que significan la fugacidad de un instante, de una vida. Con su talento descomunal e inimitable para escoger palabras precisas, nos dice: “¿Cuál es la sustancia de la dicha, de la rara dicha, de cuerpo glorioso, a la que no le pedimos, como a la muerte o a la vida, una justificación, sino que por su naturaleza parece bastar por sí sola, ser suficiente como un dios? Nunca le preguntaríamos a ella para qué existe o de dónde ha venido, pues ocupa el cuerpo mismo del instante con una plenitud tal que arrasa la posibilidad de una continuación” Admirable esta lección de una mujer que (y vuelvo a la novela de Remarque que dio paso a la película citada), contradice el título “El cielo no tiene favoritos”, porque, a no dudarlo, Fina García Marruz nació, creció, nos iluminó su presencia y nos alumbra su obra desde su condición de elegida. Sí, era favorita de Dios, y quienes tuvimos la fortuna de contemplar su falta de terrenidad común, damos fe de dicha cualidad.
A continuación, Fefé selecciona confesiones de los momentos en que su tía conoció junto a su inseparable hermana Bella, a Juan Ramón Jiménez, encuentros descritos con prolijidad hermosísima, sin escatimar elogios ni el pudor de su pasado personal, y más adelante, deja constancia del amor intenso por el poeta Gastón Baquero, desde que lo conocieron ella y Bella en 1939. De nuevo nos conmueve la autora, esta vez describiendo como nadie La Valse, de Ravel, que escucharon por primera vez gracias a Baquero (“el vals que arrojaba palabras como trozos de lava, infiel, ardiente, el vals lunar y ciego, el vals de todo y nada, el vals de siempre y nunca”).
Para concluir, señalo que cerca de ochenta revisiones bibliográficas aparecen acotadas en Un rumor apenas, porque no se trata, insisto, de una sencilla compilación de memorias (lo cual ya sería loable), sino de la investigación impecable de la vida y obra de nombres imprescindibles en la historia cultural de Cuba. No me queda más que agradecer a Ediciones Extramuros, a la editora Lourdes Cairo y a mi entrañable Fefe, este obsequio de inigualable belleza y utilidad.
Febrero, 2023.