
Escrito por Geovanny Manso
Una colaboración del Centro Provincial del Libro de Villa Clara
¿Qué historias nutren estas páginas? ¿Qué secretas voces las vivifican? Introspección detrás del olvido es un libro que nos estremece, al acercarnos a sucesos irrepetibles, tremendos, imborrables. De todos los libros que ha escrito Alexis Castañeda, tal vez este sea el más íntimo, el más enfebrecido. Historias de pasión y credo, su primera sección, está compuesta por ocho historias brevísimas. Dos de ellas nos develan el paso del autor por el Museo de Artes Decorativas, participando en las expediciones que llegaron hasta la mítica casona de Dulce María Loynaz, de donde regresaron con valiosísimas piezas o aquella otra que trajo hasta Santa Clara la lencería perteneciente al hijo de José Martí. Luis Carbonell y Elena Burque en El Mejunje; Ramón Silverio ofreciendo un espectáculo teatral sui géneris, en su casa, signado por la poesía de Rafael Alcides; una semblanza del Pamperito, una remembranza del Centro Experimental de Teatro de Las Villas y un texto humanísimo, concentrado y diáfano, dedicado a Meme Solís, componen su primer universo. La intensidad de estas primeras páginas es abrumadora. Su brevedad lacera y nos corroe. Lo cierto es que no necesita más páginas para dejarnos el alma en vilo, para comenzar a envidiarlo un poco, sobre todo los que no conocimos a Dulce María, los que no vibramos con Elena Burque, aquella noche en El Mejunje, los que no traspusimos el umbral de Silverio para respirar los versos de Rafael Alcides o los que hemos escuchado a Meme Solís casi como un susurro.
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La segunda sección
La segunda sección, bajo el título del propio libro, nos depara no pocas sorpresas, no pocas aventuras. Ela O´farrill nos habla de su amiga Doris de la Torre, descubrimos lo que pudo haber sido y no fue Raíces Nuevas, bajo el liderazgo indiscutible de Pucho López, se abren las puertas del cabaré Venecia, gracias a Guerrita, uno de sus propietarios, redescubrimos al Diablo, un hombre que cantó junto al Benny Moré, conocemos a Jiménez, quien estuvo en el entierro de Miguel Matamoros y en el de Sindo Garay, Juan Campos nos recuerda a Polo Montañez, cuando aún no era Polo Montañez, sino tan solo Fernando Borrego, una de las niñas que inspiraron el poema Romance de la niña mala de Raúl Ferrer, se detiene en estas páginas y conversa, descubrimos la pasión de Juanito Sarmiento: pintar mujeres en la arena y Osiris Aguiar nos demuestra, para beneplácito nuestro, que el primer cuarteto de Meme Solís, fue santaclareño.
En todos los textos, Alexis Castañeda escribe una pequeña introducción que ilumina la aventura que visitaremos en breve y luego asistimos, sin intervenciones, cortes, ni digresiones, a esas vidas donde prevalece la pasión, la eticidad, el decoro, la resignación y la enormidad de un tiempo, de una época irrepetible.
Este libro se cierra con un abrazo, con el abrazo de Ela O´farrill a Doris de la Torre, ya enferma y está bien que sea así, no podía ser de otro modo, pues si algo abunda en estas páginas son historias de amistad, de intensas relaciones que fructificaron hasta generar una sutil trama de acontecimientos muy poco explorados, muy poco narrados en nuestros libros, en nuestros anales, en nuestros diccionarios, en nuestras memorias.
El prólogo
Dean Luis Reyes, en el breve prólogo que antecede a este libro, lo revela: «El trabajo de Castañeda en este sentido tiene mucho que ver con la recuperación de las figuras que el voluntarismo borró de los libros de Historia, de las recordaciones, diccionarios y antologías de la cultura cubana, fuera por distintos o porque no cabían en el estrecho diseño de un nuevo canon. Algo que, a través de un tiempo largo, han hecho, entre otros, Ambrosio Fornet con respecto a la literatura cubana y sus figuras del exilio, o Juan Antonio García Borrero en lo que corresponde a los cineastas cubanos emigrados. Lo curioso es que esta vocación exhumatoria tiene, en el caso de Castañeda, la intención de enriquecer la historia cultural local con figuras cuya vida posterior al olvido casi nunca transcurrió en otra geografía, sino en el mismo sitio donde antaño resultaban más queridos».
Aunque algunas de estas historias estén signadas por esa mala praxis del destino, por cierta tragedia insalvable, lo cierto es que ninguna está marcada por la derrota, ninguna está marcada por la desidia. Hay dignidad y aplomo en las palabras de Ela O´farrill. Guerrita cifraba plumas y otros objetos, con el mismo fervor con el que escuchaba cantar a Blanca Rosa Gil. El Diablo, en El Mejunje o en la Casa de Cultura se adentra en sus sonoridades, en la fuerza de su voz, como si el Benny aún estuviese asaeteándolo en «Tresero de manigua». Y Pucho López, aunque se encuentre en un pueblito perdido de provincia, está creando un arreglo irrepetible para el próximo Festival de Jazz de La Habana…
Sabemos que Alexis Castañeda aún guarda muchas historias en su prodigiosa memoria. Sabemos que aún debe proseguir su febril laboreo y entrevistar a personas que solo él percibirá su real importancia entre nosotros. Ese es su destino y sé que lo cumplirá algún día.
Mientras tanto, hay que agradecerle por entregarnos estas páginas humanísimas, rotundas y pulcras y por demostrarnos, una vez más, que «Santa Clara tiene una cosa que es tremenda», tal y como lo recordaba Sigfredo Ariel. Esa cosa tremenda, lo sabía Sigfredo y lo sabe Alexis, está en la dignidad y en las vibraciones infinitas de aquellos que han sabido construir su vida como quien construye un alfabeto de signos muy claros y muy eternos… Algunos de ellos, son el centro mismo de este libro, que habrá que leer con la urgencia y el hambre de estos tiempos no menos fieros…