
Escrito por Argenis Osorio
El poeta es un buscador de tesoros, a veces tiene suerte y lo encuentra. La anterior es una frase que constantemente le atribuyen a Jorge Luis Borges. Y puede que sí, que lo sea, pero en todo caso al argentino, con seguridad, semejante asunto le tendría sin cuidado.
En esa frase pensaba después de leer el poemario Hechizados del tiempo de la poeta cubana Déborah Frómeta Cobo a uno le queda la sensación de que a través de las páginas de este libro ha asistido a un diálogo. Único, diverso y renovador. La poesía tiene esa facultad. La Literatura toda, sin dudas. Un ser humano con una página en blanco frente a sí es un desafío. Los reinos de los cielos se abren y se posan a los pies del elegido, las formas y substancias antiguas y nuevas, en un guiño de complicidad van guiando al escritor a un terreno amplio, como a una gran sabana o al abismo insondable.
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La amplia cultura de Déborah Frómeta Cobo se explaya en las páginas de este libro de manera significativa y asistimos, con satisfacción, a un mundo donde habitan desde pintores, poetas y filósofos hasta figuras que han dejado una huella en la historia de la humanidad.
Escuelas del verso en diferentes latitudes apuestan, sobre todo, por la base cultural de todo escritor honesto. Frómeta Cobo, parece haber bebido de esas aguas. Y lo ha hecho, tal vez, desde los estrechos recintos que una biblioteca puede ofrecer para una lectura concienzuda, y sobre todo desde el estudio perenne en la búsqueda de su verdad.
Porque desde el primer poema de este libro, Déborah va dejando señales, como migas de pan, en su búsqueda constante por el amplio bosque de la imagen, con el único y bien propósito de seducirnos a través de versos aderezados con su verdad.
En Hechizados del tiempo asistimos a una visión cuestionadora de la realidad íntima de la poeta, a la vigilia y las delicias de siluetas antiguas y tan nuestras, como la Isla que nos acuna. Este libro, como todo buen libro es un viaje prometido, anhelado, son plegarias y conjuros estos versos.
Leerlo es entrar al lugar donde la noche es lluvia contra la muerte, y abrir sin temor el tibio corazón de los sueños a la danza de partículas reverdecidas, es como lavarse los ojos en el Siloé cuando las aguas bajan suavemente desde la fuente de Gihón para regar el Jardín Real de la vieja Jerusalén.
De allí viene la música celeste de estas páginas, y viene, el poderoso pulso de la escritora en su búsqueda constante de la belleza. Siento que Hechizados del tiempo es un libro de poesía acumulada, de vientos de siesta en cálidos y extraños pueblos por donde deambulan siglos de esperanzas. Antiguos pueblos por donde pasaban los trenes en su ritmo monocorde de eterna fijeza. Pueblos de olores perennes afincados en el amor. Lejos de los artificios y las velocidades de las megalópolis, el poemario de Déborah Frómeta Cobo se nutre de pueblos como países efímeros.
Pero, si algo hay de fuerza en Hechizados del tiempo, es una propuesta a la búsqueda de otras luces y circunstancias para emitir el mensaje que nace como racha volcánica en su corazón. Hay murmullos, gestos que se acercan a la vida íntima, y a un momento único y exacto de una Isla crispada en lluvias y cantos para construir las manos de una nación.
El sol es de todos los intentos, de los derroteros más optimistas que se labran a fuego y sueños, y también de las plegarias en vuelo huérfano sobre una furia conquistada. Escribir en el Oriente de Cuba, tiene una especie de sello y melancolía que se cobija en tardes y montes encarnados por el alma. Este libro lo demuestra en su miel premonitoria y su cántaro de tinta fresca.