
Tomado del libro Antón Arrufat. Autorretrato sin enmiendas, cortesía de su autor Carlos Espinosa Domínguez, y publicado por Los Libros de las Cuatro Estaciones, 2020.
Para hablar sobre en qué momento yo empecé a escribir, tenemos que volver a Santiago de Cuba. Yo comencé a escribir en la escuela de los curas jesuitas, creo que te lo había dicho anteriormente. Empecé a escribir por aburrimiento, porque a veces algunas de las clases me interesaban y otras me aburrían soberanamente. Supongo que tendría once o doce años. Pienso que menos, porque cuando llegué a La Habana tenía doce años. En fin, es esa manera que tiene uno de hablar sin contar exactamente el tiempo, sin fijarse en que a lo mejor todavía no había cumplido los doce. De eso nadie se ocupa ni al escribir ni al hablar. Uno dice que es así y ya.
Bueno, pues en el aula yo ya había empezado a escribir pequeños poemas. Un detalle que siempre me ha parecido interesante recordar, porque no tengo una prueba escrita de ese hecho, es que en esos años yo leí una novela de Jesús Castellanos que se llama La manigua sentimental. Es una novela sobre un pillo, un bandolerito que se va a la manigua y se finge mambí. Una novela corta que a mí me gustó mucho, y que según me dijeron se va a reeditar.
A mí la figura de Jesús Castellanos me atrae mucho. Me parece uno de los escritores más interesantes de principios del siglo XX. No porque esté a la altura de Miguel de Carrión o de Carlos Enríquez, quien es autor de una novela magistral, La vuelta de Chencho. Jesús Castellanos es interesante por una novela titulada La conjura, por algunos cuentos y por esta especie de noveleta que es La manigua sentimental. Incluso políticamente es muy interesante la historia de ese pillo que termina involucrado en la guerra de independencia.
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Pero lo que ahora importa contar es que esa novela de Jesús Castellanos yo la empecé a reescribir. Muchas veces uno se inicia en la escritura reescribiendo los libros de otros. Escribe poemas imitando a otros poetas que lo han impresionado. En ese sentido, uno no es aún un escritor. Es más bien un redactor, un individuo al que le gustan determinadas obras y las imita. Pero no lo hace porque sabe que va a ser escritor. Uno no sabe que lo va a ser. El ser escritor es un destino casi social. Eso es lo que hacía yo con La manigua sentimental. La reescribía con un lápiz en una libreta. Esa libreta se me perdió cuando mi familia vino para La Habana. Se me quedó en alguna parte. No entró en las maletas, no se echó a perder con las colonias que mi hermana había metido junto con los trajes que se habían hecho.
Siempre que me preguntan cuándo empecé a escribir, y me lo han preguntado muchas veces, yo recuerdo ese hecho. Algún día voy a tener que acercarme de nuevo como lector a La manigua sentimental, para ver realmente por qué ese libro me interesó tanto. Será que, como yo, el protagonista era un mataperros. Claro, puede ser que esa lectura del protagonista como un pillo sea un poco posterior. A lo mejor ese personaje no es tan pillo como yo pienso que lo es.