
Ancoras Ediciones, casa editora de la AHS en la Isla de la Juventud puso a circular uno de los libros más interesantes publicados en Cuba en los últimos tiempos. Se trata del volumen José Lezama Lima: un poeta contado por sus anécdotas, con compilación y notas de Eduardo Sánchez Montejo.Aquí nos devuelve al poeta de otro modo. Estos fragmentos que compartimos forman parte del prólogo“Las mil y una anécdotas en el ritornelo insular lezamiano”, escrito por Eduardo.
No es tarea fácil presentar en pocas líneas a un hombre que —por simple antojo o querencia del verbo que le «creció tan colosal»— expandía la vigilia de su escritura hasta el tamaño de la casa o de la ciudad y ajetreaba la imagen (la imago) a la medida del Universo. Podemos exhibir la pasmosa impronta de José Lezama Lima (1910-1976) como poeta, novelista, ensayista, promotor de lecturas, historiador literario, animador cultural, fundador de revistas, antólogo, epistológrafo prolífico, etc., sin que existan marcados desacuerdos. Genio y figura. Paz y concordia. Pero presentarlo (presentirlo) como uno de los padres fundadores de la escritura contemporánea, que, por demás, concibió lo anecdótico como uno de sus centros genitores —médula de saúco capaz de coronar por sí sola una hagiografía del poeta—, podría rizar el rizo y uno que otro ceño.
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La compulsión a concebir a la metáfora como anillos concéntricos ha dejado de ser eficaz. Las ondas de la poesía actual no son concéntricas como las de la música, sino difuminadas y excéntricas. El poeta moderno se nos antoja intuitivamente, en su decurso y alegato, más que como letra de caja sonora, como pliegue y despliegue de una caja china o un hombre-cebolla. Su escritura atestigua en él diversas capas, con centro en ninguna parte, como en la esfera pascaliana o la Esferaimagen de Lezama. «Una cebolla —dice el autor de Paradiso— es el inobjetable total de la muchedumbre de cebollas que lleva dentro». En cada túnica la cebolla ha vivido una incorporación diferente, una vida inconmensurable. Dichos estratos lacrimosos son el relente (o remanente) que dejan las múltiples vidas del poeta: las fingidas de la escritura y la solitaria que sobrellevó en la refriega social. Son como las dunas en el desierto o las huellas mnémicas en el memorioso. «El poeta —dice el escritor español Luis Cernuda—, como en esas cajas chinas insertadas una dentro de otras, vive el medio social que lo envuelve, pero separado de él y encerrando a su vez dentro de sí otro mundo distinto, que es el suyo y de unos cuantos hombres afines».
José Lezama Lima fue (es) una enorme caja china de infinitas resonancias, con paredes repujadas por espejos dobles, triples, múltiples, en los que se reflejaban las imágenes como proyecciones supremas del espíritu y de la carne. Espejos que difuminan los distintos rostros del poeta. Había varios Lezama, «cada cual receloso del otro y todos no siempre propicios», como diría Eliseo Diego. Jorge Luis Arcos, por su parte, lo inscribe dentro del rizoma: «hay un Lezama infernal, un Lezama herético, un Lezama homosexual, un Lezama irónico, un Lezama mestizo (culturalmente), un Lezama pobre (…). Y hay un Lezama proclive a lo invisible, al otro mundo, un Lezama chamánico (…)». Pero también hay un Lezama barroco y proliferante, un Lezama hermético, un Lezama anecdótico y mordaz, etc. Alguien dijo que vino con la poesía, vio con el ensayo y venció con la novela. Agreguemos que tiene otra resurrección —metáfora mayor para él— en la anécdota. En las raíces y frondas del árbol poético lezamiano, las anécdotas cristalizaron con el sedimento de los pequeños apocalipsis cotidianos: historias matizadas y profundizadas por el punto de vista subjetivo; historias que se fueron estructurando a través de historias. En una de ellas —o en varias, no se sabe— Lezama es un personaje lezamiano.
Muchas de las personas que visitaron a Lezama en su casa cuentan que mostraba con agrado un juego de matrioshkas. Quizá lo hacía para mostrar la imagen concreta de una de sus técnicas preferidas, empleada hasta el paroxismo en Paradiso: la llamada «caja china» o «muñeca rusa». El poeta tenía la convicción de que las novelas son como catedrales sumergidas que tienden a sumar innúmeras novelas que confluyen. Como para él las novelas son grandes poemas, no resulta extraño que diga a Antón Arrufat, con su característico modo socrático, que «la poesía es el manantial dentro del mar, el agua diferenciándose del agua». La mixtura de tales polarizaciones concurre también en sus anécdotas. Por ejemplo, unos amigos mexicanos cuentan a Lezama que en una protesta los estudiantes levantaban su novela Paradiso como un estandarte frente a las autoridades; ese gesto le arrancó la siguiente confesión: «Declaro que esto, como intelectual que soy, es muy patético para mí, porque es una manifestación verdaderamente inteligente que me recordaba aquellos momentos donde La Fontaine comparaba la afluencia del agua de una fuente a sí mismo, es decir, ir al motín estudiantil leyendo un libro donde se habla de una protesta estudiantil, me pareció colmo y pasmo de inteligencia».El agua diferenciándose del agua; la acción ficticia (mundo de la imago) dentro los reclamos de la realidad más activa (mundo de la physis); la anécdota referenciándose en la anécdota.
Las anécdotas que ponemos a disposición del lector constituyen la clara evidencia de que la creación lezamiana nunca marchó tapiando las opiniones. Abría el mapa de sus dictámenes frente a brisas favorables o desfavorables. Son parte ineluctable del arresto de Lezama por construir la Tribu dentro de la Ciudad. Ciudad sagrada de la poesía en la que, por ningún designio sagrado o profano, podía faltar la zumba y «el gnomon de la ironía» criollas. Hasta la actualidad, que sepamos, nadie ha ponderado con la profundidad necesaria la trascendencia de la huella creativa que poseyó la anécdota como punto de ignición —punto volante de las tensiones— en el entramado de la creación lezamiana.
Soñamos con que este libro de anécdotas de Lezama venga a cumplimentar la ilusión de varios intelectuales y estudiosos de su obra. Ya desde la década del ochenta de siglo pasado, el poeta Roberto Fernández Retamar recomendó conocer a Lezama Lima en su cuerda humorístico-anecdótica. En ese sentido apuntan sus palabras: «[Lezama] era hombre de lengua biselada (…). Y fue ingeniosísimo en su juguetona maledicencia. Alguna vez debieran recopilarse sus frases y anécdotas, llenas todas de gracejo, inventiva y enorme sentido del humor». Las hablillas recogidas en este libro fungen como la medida de su mundo fulgurante, súbito, de flechazo rápido e inteligente, como parte integrante y volante de la extraña profundidad del hombre. Son verdaderos lanzazos contra lo que él llamó «males de osteína». Quedamos encantados ante su respuesta rápida y certera, y ya sabemos con él que «encantarse es coincidir». El desplazamiento del ingenio reobra con entera libertad. Están aquí la simetría de sus caprichos (cortejada por el misterio del verbo) y el pensamiento rápido, ríspido. Su certeza para el tacto lejano se vuelca en estilo y estilete.
Las viñetas que integran este libro giran alrededor de Lezama como centro imantador, sobre su labor como editor de reconocidas revistas en el ámbito hispánico y sobre las venturas y desventuras que trajo la aparición de Paradiso. El lector también pondrá encontrar una serie de anécdotas desde la perspectiva del propio Lezama, con la imago como centro genitor de su magisterio poético. Con anterioridad algunos textos han recogido parcialmente estas vivencias y anécdotas lezamianas. El trabajo pionero en ese fragor corresponde a Carlos Espinosa Domínguez, quien en Cercanía a Lezama Lima —ese clásico del periodismo cubano— contribuyó a rescatar a Lezama de las sombras. También estamos al corriente de la existencia de un pequeño anecdotario, confeccionado por Leonardo Acosta y publicado en la Recopilación de textos sobre José Lezama Lima, que compilara Roberto Méndez para serie Valoración Múltiple del Fondo Editorial de Casa de las Américas. Además, sabemos que el poeta y crítico Víctor Fowler y la investigadora Fabiola Mora han publicado, en la Recopilación antes citada y en la revista La Jiribilla, algunas viñetas que tienen a Lezama como protagonista. En esos y otros textos —entre los que se incluyen sus diarios, cartas, entrevistas y materiales digitales— nos hemos apoyado para la conformación del libro. En este sentido, queda por decir que este compendio no pretende agotar el tema, ni erigirse en una summa anecdótica; tampoco busca su calado en la exhaustividad bibliográfica o referencial. A nuestro juicio, lo más importante será presentar a través de las anécdotas —unas contadas por Lezama y otras por amigos, detractores o estudiosos de su obra— a un poeta de carne y hueso, quien nos ofreció, como dijera Cintio Vitier, «una heráldica dichosa del espíritu».