
Narrar estos días, el proyecto con el que los escritores villaclareños dejan constancia de este tiempo difícil contra la pandemia.
El rebrote, Arístides Vega Chapú (27 de enero de 2021)
Cuando creímos que el país estaba por darle fin a una terrible pandemia que azota al mundo, han vuelto con triste fuerza las cifras de positivos. Cada semana una cifra más alarmante a la anterior. Los números de enfermos por la Covid crecen hasta cifras inéditas que rompen record en nuestro país. El tiempo que tuvimos de lo que han llamado nueva normalidad fue realmente muy corto para todo lo que teníamos pendientes por hacer. Pude presentar mi libro de cuentos Tour Cuba, viajar con mi familia a la Habana y encontrarnos con Kikito, darle un abrazo a mi suegro en Artemisa, después de un año sin visitarlo, celebrar en familia el fin de año con la esperanza de uno nuevo mucho mejor.
A estas alturas se sabe que todo depende del comportamiento adecuado de todos, de tomar medidas que hay que incorporar como parte de nuestro bregar cotidiano, y de que termine el protocolo necesario para la producción de las vacunas cubanas capaces de inmunizarnos de algo tan terrible que a muchos les ha arrebatado familiares, amigos, vecinos y conocidos.
En casa nos hemos vuelto a acuartelar. Algo que no es tan terrible para nosotros, acostumbrados a trabajar en nuestro hogar, pero sumamente difícil para muchas otras personas que, pese al riesgo, insisten en andar por las calles como si no existiera ningún peligro.
No hablo de las necesarias salidas, sino de intentar seguir viviendo como si nada hubiese cambiado, a costa de enfermarse y enfermar a otros.
Ahora mismo escribo una novela, que aún no tiene un nombre pero me mantiene ocupado buena parte del tiempo, mientras sostengo en las redes un proyecto de poesía que lo he nombrado Amanecer en Santa Clara y con el que quiero presentar a todos los poetas radicados en mi ciudad Santa Clara u otros que nacieron aquí y ahora viven en otros sitios, incluso muy lejanos, y también a algunos que, sin ser santaclareños, ni vivir aquí, se han inspirado en esta ciudad. En este tiempo de recogimiento terminé también de revisar mi nuevo poemario La vida en un túnel, que una tarde en casa les leí Lidia, a mi amigo el poeta Sergito García Zamora, a su mamá y esposa, en esas tertulias que tanto me gusta hacer y que ahora tienen que recesar o ser más que limitadas. De ese poemario reproduzco ahora este poema como una forma de compartir mi esperanza:
Tiempos de pandemia
Sin duda alguna nos librarán de la enfermedad,
sin importarles nuestros nombres, mucho menos oficio,
dirección postal,
ni la hora en que preferimos tomar la siesta
para repetir los mejores sueños nocturnos.
Nada les importará,
ni siquiera que algunos estén dispuestos a relatar lo vivido,
mientras otros se empeñen en olvidar todo,
incluso el nombre del santo al que le pidieron con supuesto fervor
con los ojos entornados, para con cierta facilidad
no tener ahora recuerdo alguno del resplandor
sobre el que se curvaron como prueba de fe.
Algunos ya no estarán para contar nada,
ni familiares cercanos para decir sus nombres en alta voz,
ni escenas en la televisión
para premiar a los que sacrificaron todo,
como en tiempos de guerra, semejando ser invencibles,
soldados que pese a las circunstancias
bailaron al compás de la delirante música
que solo se permite en tiempos de post guerra.
El tiempo fluye, la gente hace carreras radiantes
pese al terrible verano, a los huracanes y las tormentas eléctricas
en cielos que oscurecen antes de tiempo.
La gente cambia de casa, de pareja y de superstición.
La gente aspira tener sitio en Madrid o el Cairo,
o en cualquier otro sitio exótico
que han conocido por las revistas
que muestran a todo color el otro mundo
tan diferente al nuestro.
Se peina de otra manera su teñida cabellera, recicla modas,
se aparejan y se distancian,
dudan de lo que otros consideran importante.
Se satisfacen con una nueva novela
de alguien que ha alcanzado notoriedad
por otros asuntos que nada tienen que ver con su escritura.
El tiempo fluye, adicionándole un peso extra a nuestras cabezas,
olvidadizas y endurecidas
por los golpes, que ahora desde el pasado no refieren dolor alguno,
sino cierta inclinación,
como si estuviésemos reverenciado la sobrevida.
Es decir que no he dejado de trabajar, además de leer, cocinar platos exóticos que me inspiran la escasez de muchos productos y como manera de cambiar el rígido menú que casi se repite diariamente en la mayoría de nuestros hogares en estos tiempos tan difíciles.
Todas las mañanas, muy temprano, antes de que salga el sol, mi esposa y yo caminamos una hora en una pista de patinaje que queda a pocos metros de nuestra casa, detrás del estadio de pelota, frente al edificio en que vivimos. Hace casi un año, desde que comenzó la Pandemia, lo hacemos, por lo que ya es una rutina imprescindible en nuestro comienzo del día en la que hemos ganado amigos que diariamente conforman el grupo de personas que sabe que el ejercicio es saludable e indispensable para mantenernos saludable.
No hago colas, ni asisto a ningún espacio en que se aglomeren las personas, ni salgo de casa a otra cosa que a lo esencialmente indispensable. Quiero sobrevivir y que a mí alrededor todos lo puedan lograr.
La poesía, la familia, los amigos más cercanos me han salvado todo este tiempo. No dejo de escribir que es mi manera de soñar en la posibilidad de que habrá un mañana de salud y bendiciones para todos: días en que podamos abrazarnos, reunirnos con nuestras familias y amigos; patrimonio de un futuro en que pueda viajar para ver a mi hija y a mi nieto, conocer a mi nieta Amy, que ya camina, bueno más bien corre, baila y sabe llamar a su perro por su nombre, decir papá y mamá. Quiero poder presentar mi poemario Otros dibujos de Salma, que bajo el sello editorial de Capiro está pendiente de salir. Tengo muchos motivos para priorizar mi salud. Ojalá todos tengan el suyo. No hay nada más grandioso que la vida.