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La vida de un mambí

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    Escrito por Onel Perez Izaguirre

    Dicen que el enfermo soy yo, así comienza Lupus, un libro del escritor Eduard Encina, ganador del premio nacional Hermanos Loynaz de Pinar del Río en el año 2015. Recuerdo cuando me lo dedicó diciéndome: estamos en presencia de un país en descomposición. Lo que más seduce de este libro es la sinceridad con que está escrito. Decía Robert Alt que primero hay que vivir, después escribir. Eduard Encina fue de esos que escribía con sangre porque lo hacía desde la experiencia acumulada en la manigua intensa de un pueblo llamado Baire, al cual defendió hasta la muerte en todos los espacios culturales en los que participó. 

    Es difícil comprender las cosas que nos depara Dios. Él lo sabía, aún en esos últimos días de su vida, conocía que los pensamientos del Divino son más altos que los nuestros. Recuerdo mis inicios en la literatura, cuando empezaba a visitar al místico Grupo Literario Café Bonaparte que dirigía él, y llevaba mis poemas todavía muy inocentes. Allí comencé a conocerlo y a ser parte de su familia, un espacio donde comprendí la intensidad con que se movía su vida, su literatura y todo lo que se encontraba alrededor de quien alguien llamó Cimarronzuelo Oriental.

    Lo que me llama la atención no fueron los premios que alcanzó como escritor, ni los reconocimientos en la Asociación Hermanos Saiz o en la UNEAC, sino la humildad que demostraba y la sabiduría con la que hablaba con sus amigos. Fue un eterno mambí porque defendía sus principios, su terruño y sacaba siempre el machete, es decir, la palabra, desde el respeto hacia el otro porque para él todos los problemas se resolvían desde el diálogo. 

    Apasionado por el béisbol, seguidor del equipo Santiago de Cuba, sin dudas parte de su vida la dedicó al deporte, ya sabemos que como Hemingway practicó el boxeo en sus años juveniles. Toda esta intensidad deportiva fue extrapolaba a la vida cultural y personal que llevó, salía por sus poros al querer perfeccionarse constantemente como intelectual y, claro como persona defendiendo a muchos artistas y amigos que vivían en zonas no muy visibles de la Cuba soñada.

    Recuerdo aquella discusión sobre los símbolos nacionales, alguien opinó que no debían utilizarse como prendas de vestir. Él desafió todo eso y se mandó a hacer un bolso con la bandera cubana que llevó consigo a todas partes, así desafiaba la vida y su realidad, este gran amigo que no ha muerto, pues han quedado proyectos que continuamente soñaba: Remanganaguas, lugar donde descansa el corazón de Martí; y Orígenes, Jornada Literaria que reúne cada 19 de mayo a lo mejor de la vanguardia  artística y literaria de Cuba, y donde no se deja de rendir homenaje al Apóstol.

    Hoy me parece que en cualquier momento entrará al Café Cantante de la ciudad de Contramaestre, a sentarse con sus amigos, a conversar de literatura o de cualquier tema  o quizás, llegará a su casa a darle un beso a su mujer y a sus hijos.

    Decía Eduard en Manigua:

    Solo con el machete se entiende el camino.

    Un claro mensaje de respuesta al desasosiego, a la inercia. Eso me dejó el mambí, la intensidad de su palabra, el hacer  por el bien de la cultura y la gran capacidad para amar sin recibir nada a cambio. 

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    Manigua es un libro aparentemente sencillo, escrito con la razón, sin desdeñar los elementos que humanizan el arte. Aquí reflexiona sobre el pasado, …
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    60

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    El personal editorial de Claustrofobias Promociones Literaria esta coordinado por dos amantes del mundo literario cubano. Yunier Riquenes, escritor y promotor cultural y Naskicet Domínguez, informático y diseñador.

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