
Muchos libros se escriben en el largo camino de una vida. Otros quedan ahí: pensados, soñados, apenas intuidos entre los velos donde duerme la bruma. Aunque un autor publique regularmente, ciertas historias permanecen durante años guardadas en el baúl de los recuerdos, allí se esconden temerosas de ser descubiertas y se aferran a su sagrada ineditez.
Eso me ha ocurrido en ocasiones porque, al decir de una amiga, los libros nacen con su propia suerte. Los vislumbras un buen día (o una noche de desvelos) y eres su cautivo; cedes al mágico impulso de dejarte arrastrar a historias que apenas conoces, con seres que te gobiernan, en situaciones inverosímiles que luego piensas haber soñado. Por eso cada libro escrito busca su rumbo, a veces errático, en el complejo mundo editorial de cualquier país. Unas veces hay suerte, otras, solo silencio, incomprensión y hasta olvido pertinaz.
Cada libro tiene su historia. Esta edición también conoce la suya. Fue una propuesta de la editorial que gustoso acepté. Al instante pensé en que alguien la preparara, desde afuera, por mí. No creo que nadie sea bueno auto antologándose.
Fue buscando cuentos y más cuentos, que le pasé el bastón a Eldys Baratute y cuando habíamos reunido un centenar de ellos, él prefirió optar por las novelas. Estaba agotado de rebuscar mis cuentos de varias épocas, revisitarlos, cambiar un punto, una coma, una palabra, miles de intenciones apenas entrevistas la primera vez. Pero debí comenzar de nuevo a revisitar mis manuscritos.
Entonces fue volverme sobre las novelas, pero nunca estuve claro de la anterior selección en la que aparecían obras publicadas, inéditas, de diferente quehacer y estilos narrativos.
Por fortuna, la editorial rechazó el libro por su extensión, que rebasaba lo permisible para la poligrafía cubana. Pensé olvidarme de Ángel de otoño, dejarlo como un proyecto inconcluso. Hay tantos libros que se piensan y nunca ven la luz…
Un hecho fortuito, sin embargo, me hace volver. Si bien publicar libros conocidos es un gancho para una edición de este tipo, la editora de este volumen —quien ha sido una de mis críticas más certeras—, me convenció de que, si guardaba obras inéditas, ¿por qué no acudir a ellas? Rebuscamos acuciosos hasta hallar varias historias que, aunque breves, clasifican como noveletas, cuentos capitulados, novelas. Pero algo debería unir a estas historias para que formaran un cuerpo armónico. Entonces reparé en que por puro azar casi ninguno de mis libros más fantasiosos, de aventuras, se habían publicado alguna vez, justo la temática preferida de Gretel Ávila, que la impulsó a crear la colección Ámbar.

Los editores y jurados prefirieron las selecciones de cuentos, las novelas realistas, o libros como Escuelita de los horrores, que con su desenfadado estilo marcan una tendencia de abordar problemas muy serios, pero desde la visión de lo hilarante, intertextual y casi rocambolesco.
Las seis historias que acá se presentan fueron escritas en diferentes épocas y, en determinados casos, mucho antes que (o junto a) mis libros más conocidos. Algunas viajaron por concursos, editoriales, amigos y nunca fueron agraciadas por la suerte.
Creo que todas siguen de uno y mil modos la divisa esencial de mi obra: una preocupación suprema por la infancia, esa que debe enfrentar un mundo difícil donde a veces se siente diferente, sola, ajena e inerme ante tantos hechos o personas que no entiende. El otro signo que las une es el de lo trascendente fantástico. De cualquier forma, estos personajes pasan por dimensiones muy distintas de la materia o el espíritu y son capaces de enfrentar el reto de reencontrarse cada nueva vez. Muchos de ellos, fueron el antecedente de mis libros conocidos, otros tributan sin saberlo a historias paralelas, algunos son herederos de argumentos posteriores.
En todas y cada una de ellas se alienta un misterio inmanente, el del ser humano que debe sobreponerse a las fuerzas opositoras, el niño que puede soñarse mundos mejores y escapar por encontrarlos.
La guerra, la muerte, la opresión, el desamparo, el soñarse como uno más desea, el éxodo hasta de uno mismo, son algunos de los temas que presiden las seis piezas que conforman Ángel de otoño, un libro pensado por Gente Nueva para festejar mis 60, justo cuando la casa editora celebra su medio siglo de vida.
Gente Nueva y yo entramos ahora al inminente otoño de nuestras vidas. En ambos hay ángeles, aunque también demonios. Mi vínculo con la editorial ha sido largo y fructífero; como lector de diez años que la descubrió mientras estudiaba; como periodista o crítico joven intentando ganar una especialización en los libros para niños; como promotor; luego dirigiendo por casi una década sus procesos, y ahora desde su Consejo Asesor, deseando que siempre encuentre los mejores caminos hacia el lector.
Doy estas historias a mi editorial, con el mismo entusiasmo ingenuo de mi primera vez, con similar confianza a cuando me publicaran ¿Se jubilan las hadas?, Inventarse un amigo, El fantasmita que no asustaba, Alguien viene de la niebla, Gato de Estrellas, La Dama del ocaso, El lago de los cisnes, Giselle, Carmen, la gitana del amor, o Escuelita de los horrores. Tampoco olvido las selecciones que me encargaron como La nube que llovía cuentos, En el corazón del tiempo, Antología de los Premios Andersen, Cuentos populares rusos, La montaña que truena y otras leyendas de América y mi libro de entrevistas Los que escriben para niños se confiesan.
A mis lectores conocidos. A mis lectores por descubrirnos, a esos que en el futuro abran las páginas de este libro encomiendo mis historias: «Los misteriosos buhoninos del bosque»; «El escondrijo»; «El llanto de los gigantes»; «El alma de un arpa», «El tesoro de los tres dragones mágicos»… y «Ángel de otoño». Ojalá que alguna de ellas sea esa que siempre estuvo esperando, que le cambie la vida o que al menos le regale un momento de distracción, sentimiento y un camino para encontrarse a sí mismo como lector, como ser humano.
Enrique Pérez Díaz , Diciembre 2017