
Creo que escribir es un ejercicio que libera y al mismo tiempo amplifica y vuelve más dolorosas determinadas zonas existenciales. Más que todo porque uno sobrevive desde lo que hace cuando reconstruye esencias (propias y ajenas) sobre cierta porción de la realidad. De manera que escribo cuando mis demonios me lo permiten, generalmente comienzo temprano en las mañanas y puedo continuar, en ocasiones, hasta muy tarde. En el mejor (o peor) de los casos no dormir, porque hay algo inconcluso. No se escribe todos los días, pero sí se alimenta esa ilusión. Hay períodos creativos sumamente intensos y otros en los que toca leer mucho más. Uno intenta escribir siempre, pero se da cuenta que no es el momento cuando nada parece digno y lo poco que germina queda guardado en el ordenador, en alguna carpeta con el nombre de: “En proceso” o “A trabajar”. Algo hay de verdad en eso de las musas.
Borges decía que en el primer libro estaba toda la literatura que posteriormente escribió; afirmación que me parece prudente al entender cómo van recreándose ciertas esencias desde mis primeros apuntes. Entonces la familia que construí fue fundamental en ello. Podría afirmar que sin los estados emocionales que me proporcionaban, nunca hubiese escrito. Desde luego, el enfrentamiento con una realidad caótica y desesperanzadora ha sido uno de los catalizadores para vencer el temor ante el blanco imponente de la página.
Al escribir hay un acto de defensa a los tuyos, tanto filial como a la gente que te rodea. Algunos llegan a ser como tu propia familia. Por ellos también existe la Literatura. Creo que uno tiene el derecho y el deber de hablar por los que no pueden o no lo intentan, por esa gente sencilla que te pide que le expliques o le des tu opinión sobre un hecho cultural o político. Esa es también la familia. La más cercana tiene como centro a mis dos hijas. Ellas me “obligaron” a escribir un par de libros para niños y jóvenes. En el último no solo fueron lectoras, si no que desde sus ideas se fue escribiendo. Es una de los actos más hermosos que le debo a este oficio.
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Son muchos los personajes que van conformando lo que escribes, a la vez que le inoculan sus rencores y sus días menos grises a tu existencia. Uno crea cierto modelo sintético, ya no solo con validez dentro de lo escritural. Los personajes, la interiorización de aspectos biográficos de los autores que asumimos en nuestras lecturas van formando parte de comportamientos, de nuevas formas para afrontar la vida en toda su extensión.
Yo sentí que había otras maneras de reconocer e interpretar el mundo, de jugar con los conceptos cuando leí Nueva refutación del tiempo y Ensayo sobre la eternidad, de Borges. Entonces las novelas de aventuras comenzaron a ocupar su lugar y El Aleph o varios de los textos poéticos de Borges se volvieron insustituibles. Al hablar de obras o personajes importantes, muchas veces el ego nos hace mencionar una lista de nombres, cuanto menos conocida mejor; yo prefiero ser honesto y mencionarte algunos que verdaderamente disfruté, consciente de que habitan en lo que escribo: Jean Valjean en Los miserables, siento que permanece de todas las formas ante el deterioro humano. Madame Bovary, de Flaubert, los cuentos de Chéjov, el corazón acusador de Poe, la persistencia de Aureliano Buendía, su, nuestro y los incontables Macondos donde se multiplican insectos por la continua Metamorfosis que alimentan el poder, el dinero y la corrupción.
Kafka decía que un libro debe ser un hacha que rompa el agua helada dentro de nosotros, lo cual me parece que nos pasa a todos en algún momento. Yo lo sentí con 1984, de George Orwell; con La Fiesta del Chivo, de Vargas Llosa. En la poesía tengo referentes insustituibles que vienen desde Quevedo, Vallejo, Wislawa Szymborska, hasta algunos poetas norteamericanos y argentinos que ahora mismo estoy leyendo, por solo mencionar algunos. Raúl Hernández Novás y Ángel Escobar también han sido parte de este camino interminable por y hacia la Literatura.
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Definitivamente el único modo para no sucumbir frente a la naturaleza humana (por vocación, depredadora y llena de ambiciones) es buscar en la Literatura y el Arte un sentido superior a la existencia. La maravillosa condición de ser, tiene algún valor cuando se inclina hacia lo bello; y su parte más generosa está en los libros. La Literatura es, primero que todo, una necesidad impostergable ante la voluntad de un nuevo orden, de una nueva dimensión hacia el consenso y la gratitud.