
En Literatura Cubana 360 publicamos hoy cómo Alvaro Fernández reseñó en la Revista CUBA el Primer Congreso Nacional de Cultura realizado en 1963.
Revista CUBA, No.10/1963
CUATRO de la tarde. Hotel Habana Libre. Entrega de credenciales. Desde las grandes puertas de vidrio un grupo de muchachas sale cantando. Han venido de provincia. Dentro, el ambiente es febril. El loby está atestado de gente. Hombres y mujeres llevan su distintivo rojiblanco al pecho con la palabra “delegado” escrita. Se destacan varias mesas y junto a ellas los encargados de entregar las credenciales. Detrás de cada una se lee el nombre de la provincia correspondiente: Pinar del Río, Habana, Matanzas, Las Villas, Camagüey, Oriente. En los pasillos del primer piso hay puestos de venta de libros y en el segundo una llamativa exposición de fotografías, colocadas sobre grandes paneles, que muestran las realizaciones culturales de la Revolución en 1962: cine, teatro, danza, televisión, actos de masas. Los curiosos e interesados, que son muchos, la van recorriendo lentamente admirando sus detalles. Un grupo de aficionados al teatro de una de las delegaciones populares de provincia (se les ve en la cara campesina y obrera) representa en el loby, sin telón ni decorados, en medio de un coro de gentes divertidas, un breve sainete. Cuando la farsa concluye, ríe y aplaude el público improvisado a los improvisados actores.
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El programa inaugural
Esto fue el viernes 14 de diciembre, día inicial del Primer Congreso Nacional de Cultura. Antes, en homenaje al singular acontecimiento, se había cumplido un apretado programa de actividades culturales. Se abrió al público en el palacio de Bellas Artes una exposición de 300 cuadros, valiosas muestras del arte pictórico universal que había acaparado en sus lujosas mansiones la oligarquía prepotente y pretenciosa de la Isla y que la Revolución recuperó para el patrimonio del pueblo. En un lugar céntrico de la capital se estableció un “Centro de Arte,” con una exposición permanente sobre la historia del arte, sala de lectura y discoteca. Se efectuó un encuentro fraternal en la Casa de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba entre la intelectualidad cubana y los invitados extranjeros que llegaron para asistir al Congreso. Por cierto, que entre ellos figuró en primer plano el célebre violinista soviético David Oistraj, quien ofreció varios recitales, uno de ellos en honor a los delegados al Congreso, para un grupo de los cuales también fue exhibida privadamente y en estreno ese mismo día la notable película cubana “Las doce sillas” y el bello documenta en colores “Historia de un Ballet,” igualmente cubano.
En la noche del día 14, al comenzar la plenaria inaugural del Congreso, el gentío de por la tarde se había trocado ya en muchedumbre que invadía el loby, el segundo piso y el Salón de Embajadores donde tuvo lugar el acto. Lucía lo mismo vestidos de gala y estolas, sacos y corbatas impecables, que modestos trajes de calle, camisas deportivas, jaquets y uniformes de milicia. Era un conjunto democráticamente abigarrado. Los responsables continuaban su trajín más atareado que nunca. Se distinguían alguno visitantes extranjeros circunspectos y atentos y también mucho intelectual con cara de intelectual y perilla bien cuidada, pero predominaban sobre todo los cientos y cientos de caras populares.
Más tarde el salón, en donde habían tomado asiento de primera fila las cámaras de televisión, se inundó de himnos y canciones revolucionarias de la Cuba Socialista y la presidencia, integrada por destacados dirigentes, intelectuales, responsables de los organismos de masa, y personalidades extranjeras, ocupó la tribuna entre calurosos aplausos. El Congreso quedó inaugurado.
Millón y medio de cubanos
Sus tres días de sesiones resultaron cortos para los 1,500 delegados oficiales y los diversos delegados fraternales e invitados de países amigos que hicieron ascender a 2,047 el número total de los asistentes.
Sin embargo, este Primer Congreso Nacional de Cultura duró en realidad mucho más tiempo y fueron millón y medio de cubanos, en verdad, quienes participaron activamente en el mismo, aunque no en forma directa. Dos vertientes de masas contribuyeron principalmente a establecer la impresionante estadística: los Comités de Defensa de la Revolución con setecientos mil de sus miembros y la Central de Trabajadores de Cuba – Revolucionaria con 615,000 de sus obreros afiliados. Hubo aportes cuantiosos igualmente de la Federación de Mujeres Cubanas, de la Asociación Nacional de Agricultores Pequeños, de la Unión de Jóvenes Comunistas, es decir, de todas las organizaciones en que se encuadra revolucionariamente del pueblo de Cuba. ¡Millón y medio de personas! El guarismo es asombroso pero exacto. Constituye la suma de quienes previamente durante varias semanas —incluso en las condiciones dramáticas de la amenaza imperialista de invasión y de ataque atómico, en las trincheras vigilantes, con el fusil al lado —estudiaron, discutieron y elevaron sugerencias y observaciones sobre el “Anteproyecto del Plan de Cultura de 1963,” tema central de las deliberaciones del Congreso.
Un acontecimiento extraordinario
Desde luego, el propio vértigo de las cifras y la calidad de los participantes plantea una serie de cuestiones definitorias. El carácter del Congreso queda ilustrado con elocuencia por la proporción y el origen de los delegados: mientras la Unión de Escritores estuvo representada por 116, la Central de Trabajadores envió 483; y si el Consejo Nacional de Cultura designó 264, en cambio los Comités de Defensa de la Revolución que agrupan a los vecinos de cuadras y repartos con toda su inevitable heterogeneidad social y cultural llevaron 220, las Fuerzas Armadas 76, la Federación de Mujeres 147 y los Agricultores Pequeños 67. Las universidades 12 y los organismos estudiantiles 50. Obviamente, pues, no fue el primer Congreso Nacional de Cultura un vasto foro de intelectuales. En Cuba, como en los países de vanguardia, dejó de tener vigencia el injusto criterio según el cual la cultura es algo propio y exclusivo de minorías selectas, de élites refinadas. De lo que ha solido llamarse “aristocracia del espíritu.’’ Por otra parte, no se especuló en el transcurso del Congreso sobre problemas de estética, ni se elucubró respecto a una filosofía del arte, ni se juzgó críticamente ninguna actividad cultural específica. Se expusieron planes, se divulgaron cifras, se informó sobre realizaciones culturales, en una palabra, se trató sobre hechos.
De por sí todo esto confirma un aserto ya expresado por los organizadores del certamen y el propio pueblo cubano: lo extraordinario del acontecimiento.
En efecto, por sus características y sus proyecciones y alcances, este Primer Congreso Nacional de Cultura no sólo ha sido único en su género en Cuba sino inclusive en el Continente y quizás en el mundo. Por primera vez en su historia el pueblo de Cuba se reunió en asamblea a examinar, cotejar y proyectar su participación en la cultura.
La cultura del pueblo
Al terminar la Dra. Edith García Buchaca su informe sobre las labores realizadas por el Consejo Nacional de Cultura, los voceros de cada una de las organizaciones de masas y de otras instituciones representadas en el Congreso se encargaron de divulgar nuevos aspectos correspondientes a las actividades culturales realizadas independientemente por ellas.
Por ejemplo, el rector de la Universidad Central de Las Villas, doctor Silvio de la Torre, se refirió ampliamente a la reforma de la enseñanza.
La educación en Cuba es gratuita desde los niveles inferiores hasta el universitario; la Revolución mantiene un vasto sistema de becas —en Cuba estudian hoy unos cien mil jóvenes becados—; se han creado cursos de capacitación universitaria que hacen accesibles las carreras de más alto nivel académico aún a aquellos que no coronaron su educación secundaria —en la actualidad hay sólo en la Universidad de Las Villas unos mil alumnos de éstos— y existen Facultades Obreras, que permiten a los trabajadores cursar carreras sin abandonar la producción.
Obviamente donde mayores dificultades materiales ofrece la labor cultural es en el campo. Pero el delegado de los agricultores pequeños resumió la situación con un grafismo muy guajiro: “Hay que enfangarse los zapatos,” que fue recibido con aplausos. Es la definición de un propósito. Invadir el campo de círculos sociales y recreativos, verdaderos centros de cultura, que reemplacen la gallera y la bodega como sitios habituales de reunión de los campesinos. Se ha hecho mucho con la Revolución para integrar al campo a la cultura, pero se demanda mucho más.
Y luego el propio pueblo a través de sus organismos proporciona los datos acerca de sus realizaciones: los Comités de Defensa señalaron que poseen 294 salas de lectura y 51 retablos de títeres; a través del Departamento de Cultura del Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, los soldados de la Revolución informaron sobre sus 255 conjuntos musicales, sus 116 coros, sus 92 dúos y tríos, sus 64 grupos de teatro y 12 de danzas y sobre sus 850 bibliotecas repartidas en todos los puestos militares de la Isla. La responsable de cultura de la Central de Trabajadores, al saludar al Congreso en nombre del millón y medio de afiliados, dio a conocer lo que los obreros de la Cuba nueva están aportando a la riqueza espiritual del pueblo: 9,730 bibliotecas, 733 conjuntos musicales, 528 grupos de teatro, 160 de danzas, 299 cuartetos, 118 dúos; y en el orden individual, 1,188 guitarristas, 914 cantantes solistas, 601 declamadores, 218 compositores, 735 pintores, 75 escultores, 218 escritores. Todos ellos aficionados, pero con cierta trayectoria de actuaciones a través de funciones y exposiciones. Al comenzar 1962 la Central de Trabajadores contaba apenas con un coro de 400 voces; hoy tiene 5 —uno por provincia exceptuando la Habana— el menor de ellos compuesto por 400 voces. En conjunto, los sindicatos de base afiliados poseen 754 masas corales con un mínimo de 20 voces.
Cantidad y calidad
El torrente abrumador de cifras sugirió al lúcido intelectual cubano, doctor José A. Portuondo, durante su tumo, unas acotaciones esclarecedoras respecto a la índole de este Primer Congreso de Cultura. Anotó él que se trata de un Congreso principalmente informativo, de una asamblea de “consumidores y distribuidores de cultura.” E hizo una distinción entre el creador profesional de cultura y el creador espontáneo, esto es, el pueblo. Bajo el socialismo, dijo, el pueblo tiene derecho no sólo a vigilar la creación cultural sino también a ser copartícipe de ella. Y agregó que es preciso además de acumular la información estadística, valorar las realizaciones culturales. Justificó, sin embargo, esta tarea previa de balance y planificación que está dirigida a hacer accesible al pueblo receptiva y activamente la cultura. Después, en otro futuro congreso, vendrá el análisis cualitativo de la labor cumplida.
Por su parte el ministro de Educación Armando Hart, al intervenir, consideró que los planes de cultura debían orientarse no tanto a trazar metas de producción cultural como a establecer las condiciones materiales y ambientales (políticas) para que florezca la cultura popular. El solo hecho de la Revolución, enfatizó, adelantó mucho en este sentido. Ella por sí misma, al triunfar, ha desencadenado todo un proceso cultural nuevo. Las tareas esenciales, pues, en este campo, son: conservar las tradiciones culturales del pueblo y desarrollarlas y forjar las condiciones de organización, ambiente y conciencia popular para que las nuevas formas culturales que conlleva el desarrollo socialista se manifiesten y se incorporen al patrimonio nacional.
La intelectualidad cubana
Haciéndose eco de la preocupación expuesta antes por algunos delegados acerca de la calidad de la producción artística y cultural en general, el poeta Roberto Fernández Retamar —que habló a nombre la Unión de Escritores y en representación de esa intelectualidad cubana de figuras cimeras como Nicolás Guillen, Juan Marinello y tantos otros, expresó interesantes ideas relacionadas con la labor cultural militante y las experiencias concretas en Cuba, para concluir con la adopción de esta regla normatriz de su actividad, creadora: “Para el pueblo lo mejor. Por ser soldados del pueblo los escritores y artistas cubanos nos consideramos custodios de la calidad”.
Después de ser aprobada, como conclusión general, una Resolución en que se ratifica la política cultural del Gobierno Revolucionario y se establece el compromiso de trabajar por el desarrollo de los planes y de esforzarse por estrechar más los vínculos entre los distintos organismos de masas y estatales en la labor cultural, el Congreso finalizó con un acto plenario en el Teatro Chaplin de La Habana, durante el cual los invitados extranjeros presentaron sus saludos fraternales y la doctora Vicentina Antuña, presidenta del Consejo Nacional de Cultura, de regreso a la patria después de asistir a la Conferencia de la UNESCO en Pans, hizo el resumen de las deliberaciones con una disertación densa en ideas y propósitos.
El presidente de la República, Dr. Osvaldo Dorticós, clausuró el certamen con magnífico discurso del cual damos en estas mismas páginas algunos de sus significativos párrafos.