
Escrito por Dra. Francisca López Civeira (Profesora Titular de Mérito la Universidad de La Habana)
Entre las características de Fidel Castro se distingue su pasión por la lectura y, en especial, por los libros de historia, tanto de la cubana como la universal, aunque después añadió otras ciencias. Esto significó una importante formación para su desempeño como líder revolucionario. En múltiples ocasiones puso en evidencia ese afán por conocer la evolución de la sociedad humana, en especial la cubana, con detenimiento en Martí y en los procesos independentistas; pero ¿acaso lo asumía como patrimonio personal?, ¿la importancia que daba a la apropiación de esos saberes era en función de su disfrute y crecimiento personal?
Hay expresiones que definen una actitud, una política, y las palabras de Fidel el 6 de abril de 1961 tienen ese significado. Entonces afirmó: “(…) nosotros no le decimos al pueblo: … ¡cree! Le decimos: … ¡lee! (…)”, lo que acompañó de una reflexión sobre la importancia de que el ser humano se apropie de “la riqueza cultural de la humanidad”. Por eso explicó: “Y la Revolución le dice al pueblo: aprende a leer y a escribir, estudia, infórmate, medita, observa, piensa. ¿Por qué? Porque ese es el camino de la verdad: hacer que el pueblo razone, que el pueblo analice”.
Las palabras citadas muestran una convicción que guiaba una política, bosquejada en los primeros esbozos programáticos cuando se preparaba la acción del 26 de julio de 1953, expuesta en la “La Historia me absolverá”, y aplicada a partir del triunfo en enero de 1959. Las primeras acciones se pueden encontrar durante la guerra en la política de extender la educación a todos en los territorios liberados, la formación de maestros voluntarios en 1960 y la extraordinaria Campaña de Alfabetización en 1961.
Por tanto, no era solo una mirada teórica y personal, sino una convicción y una estrategia política que tuvo aplicación en la vida real del cambio revolucionario.
Ahora bien, ¿la alfabetización era suficiente para satisfacer ese propósito? Cuando se preparaba la campaña alfabetizadora, en un discurso del 10 de octubre de 1960, Fidel prometió a quienes se alfabetizaran y escribieran una carta al Ministerio de Educación de su puño y letra, el premio de un libro que tratara de historia y geografía de Cuba y algunas nociones de la del mundo. Luego, cuando entregó el certificado a 4 000 alfabetizados, el 13 de junio de 1961, se refirió a la satisfacción que sentía quien había logrado alfabetizarse, pero después se despertaría el deseo de seguir aprendiendo, por lo que anunció la promoción de una campaña con diferentes estímulos para que adquirieran una cultura mayor.
La importancia de que el pueblo se adueñara de los saberes producidos por la humanidad fue, pues, un objetivo que Fidel impulsó a lo largo de su labor dirigente. La fundación de la Imprenta Nacional de Cuba en 1959, de la Editorial Nacional en 1962 y del Instituto Cubano del Libro en 1967, fueron pasos muy importantes, junto a los planes educativos, para impulsar el aprendizaje y la lectura de manera masiva.
A la entrada del siglo XXI, la implementación del Sistema de Ediciones Territoriales, la creación del espacio televisivo “Universidad para Todos” y la universalización de la enseñanza universitaria, junto a la extensión de la Feria Internacional del Libro a todo el país, respondieron a la concepción de llegar a todos los sectores, en especial a los que se mantenían desfavorecidos dentro de la sociedad.
Fidel era un convencido de la importancia de que la riqueza cultural creada por el ser humano llegara a todos, la importancia del acceso universal a la cultura, porque esa es “la riqueza más valiosa del hombre”, ya que “es lo que el hombre ha creado con su inteligencia y con su esfuerzo”. Por tanto, no solo fue una convicción, sino una guía de acción, que se materializó masivamente hace 60 años, entre otras realizaciones, en la Campaña de Alfabetización.