
Como ya saben unos cuantos, un día me llamaron de una editorial y explicaron que, dadas las limitaciones de aquella etapa de crisis económica a principios de los 90, no había papel ni condiciones para publicar mi novela, la cual fuera propuesta por el jurado de un premio literario en Cuba.
La necesidad, que dicen hace parir hijos machos (triste discriminación de género, incluso en las tradiciones), me llevó a preparar una versión electrónica que terminó siendo depositada en la Biblioteca Nacional, allá por el año 1993.
Por ese camino y luego de pasados 30 años, se va popularizando en Cuba y en el mundo, el llamado libro de nuevo soporte, libro alternativo o directamente libro electrónico y además, la literatura al respecto, lo sitúa como la forma de llegar a esas nuevas generaciones, que dedican parte importante de su vida diaria a cualquier variante de conexión permanente a los equipos móviles.
Me gusta tomar posiciones: prefiero que esos jóvenes lean y después buscar la forma más productiva de moverlos hacia lecturas formadoras, las cuales, es obvio, no necesariamente, son las mismas “lecturas formadoras” que tuvimos los de más edad. No serán los mismos autores, ni los mismos paradigmas, ni tampoco el mismo tipo de “héroes y villanos”, como lo pudieron ser, con extremo respecto por el reduccionismo, Jean Valjean y Javert en las luchas parisinas de finales del siglo XVIII, en contraposición de Harry Potter y Lord Voldemort, en la conocida saga contemporánea de J. K. Rowling.
¿Qué leen los jóvenes, cuánto leen, como leen, a qué hora y sobe todo, qué consideran ellos que es leer?
Entonces, para promover la lectura, existirán preguntas como: ¿Qué leen los jóvenes, cuánto leen, como leen, a qué hora y sobe todo, qué consideran ellos que es leer? Donde ocupan, sin lugar a dudas, espacio preferente, las redes sociales, los videos y otras imágenes, fijas o en movimiento.
Recordemos. Cuando el personaje de Robin Williams en la película El Club de los poetas muertos, trata de cambiar la opinión de los jóvenes a los cuales se dirigía. En ningún momento lo hace desde una posición externa, sino, todo lo contrario, lo hace inmiscuyéndose, siendo parte de lo que promovía e inseparable de aquellos jóvenes a su alrededor. El resto es historia muy repetida y conocida.
Y viene otra pregunta: si no participamos de ese ambiente, y hablo de PARTICIPAR ACTIVAMENTE, ¿cómo llegamos a esos jóvenes?
En varias reuniones que he participado, al respecto de la promoción de la lectura en nuestro país, me dedico a mirar a los participantes, desde los callados hasta los más activos y voy anotando sus nombres. Luego los busco en las redes sociales, en blogs y otras variantes de ciber-presencia. La respuesta mayoritaria es NADA. Un pequeño grupo con un perfil. Un subconjunto muy pequeño con alguna actividad y muy, muy, muy pocos con una presencia activa en cualquier variante ciber.
¿Cómo llegar entonces a los que sí lo hacen permanentemente?
¿Cómo formar parte de su entorno cibernético o cómo atraerlos, cómo lograr intercambio, cómo enterarnos de sus gustos y cómo tratar de influenciarlos o al menos hacerle llegar nuestro mensaje, sino se lo enviamos con la codificación y en el soporte que ellos usan y forma parte de su vida?
¿Y los autores? ¿Piensan su obra más allá de las cubiertas, la tripa y el emplane clásico? ¿La piensan para imágenes y no para textos, sin ser cine, televisión o todo mezclado, al decir del poeta? ¿La piensan interactiva?
En la verdad verdadera, tratamos de ser transversales a un formato de comunicación, que no entendemos y no participamos de él. Y, al decir del filósofo Cantinflas: Ahí está el detalle.
Hoy seguimos produciendo el mismo libro de hace 500 años. Dos cubiertas de colores y una “tripa”, sobre papel más o menos blanco.
El joven que llega, por ejemplo, al aula universitaria, puede hacerlo ya poseyendo-conociendo todos los textos que recibirá en su currículo formacional, ¿para qué sentarse a escuchar al profesor y alejarse esas dos o tres horas, del ambiente que ofrece el móvil entre los amigos?
Sigo con las preguntas: ¿No estaremos ya ante un IMPRESCINDIBLE cambio de paradigma en la formación, para incitar a la mayor participación y sorprender a ese educando con lo que él no ha recibido de otras fuentes? ¿Tenemos un buen cuento? ¿Sabemos hacer bien el cuento? ¿Nuestro cuento conduce a algo de interés suficiente para que esos destinatarios cambien?
Hoy seguimos produciendo el mismo libro de hace 500 años. Dos cubiertas de colores y una “tripa”, sobre papel más o menos blanco.
Hablamos de un libro electrónico, pero no hablamos de la electrónica en un libro, incluso con soporte en papel. Hablamos de ese libro clásico, pero no hablamos del libro sensorial. No hablamos del libro de artista, del libro manual. No hablamos de ese libro que, sin haberle leído una palabra o una línea, ya sólo con tenerlo en nuestras manos, empezó a autopresentarse y nos atrajo como algo diferente.
Y regreso a la historia. Las variantes, de moda en el mundo “novísimo”, fueron la tabla de salvación de nuestras editoriales, en los noventa, cuando libros calados, plaquettes, estarcido, creados y armados a mano, eran vida diaria.
Miremos hacia el presente. Miremos hacia el futuro. No olvidemos el pasado. PARTICIPEMOS, la decisión contraria no retardará la promoción de la lectura, en realidad, ni siquiera nos permitirá montarnos sobre esos rieles.
Nos seguimos leyendo.