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Eduard Encina, mambí de espíritu libre

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    Recuerdo aquella noche entre semana, hace ya algunos años, cuando a la salida del curso de inglés, un número desconocido insistía en mi teléfono. Al colgar sentí mucha satisfacción. Alguien, en algún lugar, estuvo hablando de mis obras, pues esa llamada había sido la primera invitación como escritora a un evento.

    Él se presentó, y aunque sentí mucha pena, tuve que reconocer que no sabía de quién se trataba, —(…) es de aquí de la AHS de Contramaestre —me dijo— mi nombre es Eduard Encina, y quiero que participes en el Tierra Adentro de este año junto a nosotros.

    Me quedé de piedra. No lo esperaba. Tuve la oportunidad de dar a conocer mis obras, de coger “tamaño de bola”, como decía «tienes que saber cómo se mueve este negocio, Lima». Año tras año, desde la séptima edición del Orígenes, he estado presente y agradezco y agradeceré eternamente a ese hombre, que tanto hizo por los jóvenes creadores de su tierra, no en vano miembro de honor de la AHS, amigo entrañable, “mambí de espíritu libre”, hombre auténtico, de ideas firmes, que se aferraba a la vida como el guajiro al mango del machete, al olor a manigua.

    En la Fiesta de La Cubanía de 2016, una tarde que entre otros colegas compartíamos, hablamos de mis gustos polémicos en todo lo que a intelectualidad respecta, y me habló de Silvio Rodíguez, de Naborí y sus inicios en los recitales de poesía con pies forzados teniendo apenas 14 años, de Sabina, la Loynaz, Benedetti, Varela con su “telón de fondo”, canción que a pedazos cantamos juntos, y entre trago y verso me recitó una décima del Indio. Me quedé observándolo, como hacía siempre, porque es que al hablar transmitía una seguridad infinita, me sonreí, y me dijo: —la vida es corta, Lima, pero no tanto como para que no alcance el tiempo…

    Tal vez una hora luego de aquella frase, caminando por las estrechas calles de Bayamo, lo detuve por el brazo, —escucha —le dije:
    Tu podrás vestir de encaje,
    de dril cien, o casimir,
    yo me conformo en vestir
    la etiqueta del lenguaje,
    de mi calzado y mi traje
    te burlas porque no has visto,
    que más pobre murió Cristo
    con un clavo en cada palma,
    ¿acaso me has visto el alma,
    para saber cómo visto?

    Me miró sonriendo y me dijo: —te la aprendiste, qué cabrona. ¡Oye, mira eso! —le comentó a otro de los amigos que iban en el grupo— ¿Pero en qué tiempo, muchacha?

    Desde entonces se convirtió en una de las muy pocas poesías que me sé de memoria, y no la olvido, no sé por qué extraña razón, pero no cambio ni una sola letra. Y cada vez que se brinda la oportunidad, pues la recito.

    Oportunidades de compartir con ese gran poeta, tuve varias, pero no tantas como las que realmente hubiese querido. En las ferias, en peñas y reuniones de la Asociación, y cada una fue un provechoso espacio para acribillarle con mis cuentos, para que los desmenuzara y rebuscase el más mínimo detalle que pudiese ser cambiado. Sus comentarios siempre tan sinceros como lastimeros a mi orgullo me hicieron aprender, como todo buen escritor, a dar tijeretazos cuando fuese necesario y sobre todas las cosas, tener siempre muy claro, que, para escribir, hay primero que vivir.

    Lisbeth Lima Hechavarria

    Lisbeth Lima Hechavarria

    Graduada del Centro de Formación literaria Onelio Jorge Cardoso y miembro de la Asociación Hermanos Saíz. Sus cuentos y poemas han sido publicados como parte de diversas antologías en Austria, Francia, España, Polonia, Cuba.

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