
No sé si lo más conveniente. Lo que todos recomiendan. Aquello que debe leerse. Leo con voracidad. Me enamoro de los autores. Les sigo la pista. Los colecciono. Indago en sus vidas. Siento que todos somos algo más: la rama que se desgaja de otras muchas. Nunca me he creído mejor, peor, igual o diferente a nadie. Soy yo. A mi manera. Discurro por la que encuentro. De donde vengo y a donde viajo.
Confieso que he leído, revisitado textos que me encantaron, soñado historias que luego nunca conté y hasta aquellas que algunos se me adelantaron en narrar. Pero disfruto con todas. La vida a veces te pide escapar de ella. Y entonces ahí aparecen los libros, a tu lado, apacibles, esperándote. Siempre los encuentro. Me pierdo en ellos. Los busco. Me buscan. Nos buscamos. Soy un lector infiel. No me concreto a un solo libro.
Si la literatura es mi esposa más antigua, también estoy casado con muchos libros, autores, autoras, historias y hasta tendencias. Confieso que leído muchos libros buenos. Otros lo fueron menos pero ya se olvidan. En cambio, en el recuerdo, perviven aquellos con los que crecí. Esos me hicieron mejor. No solo como autor. Me hicieron más humano. Eso es lo definitivo.
De nada te vale ser un autor si no eres humano. Significa poco escribir para los niños sin amarlos. Significa nada escribir. Lo importante es vivir. En las historias que escribes, que lees o que sueñas puedes hacerlo. Te escapas de tu vida y vives varias en el tiempo: ese es el poder enorme que nos ofrece la literatura. Por eso vivo leyendo. Un libro. Muchos libros. Entre mis manos. En una PC. En un tablet. En un sueño. Leo todo desde muy niño. Las miradas. Los gestos de las personas. Incluso los silencios. Como Kafka, pienso que: “las sirenas poseen un arma mucho más terrible que el canto: su silencio”. Y eso es la buena literatura que me gusta leer o escribir: una pausa, el recodo, lo imprevisto, un largo, elíptico y elocuente, silencio…