
Como muchos niños y adolescentes, más de una vez, jugaba a que algunos garabatos podían ser poemas, cuentos o hasta novelas. En ocasiones tecleaba en una máquina de escribir muy vieja que tenía hasta borradas algunas teclas y se le trababa la mayúscula, pero usaba una cinta de dos colores que era un encanto ver que dividía la letra en negro y rojo era el último grito de la modernidad para esa época. Aquello era pura diversión. En mi adolescencia e infancia leí mucho, más de una vez salí con dinero y terminé comprando libros en vez de merienda, pero con el pre y más tarde la universidad, las lecturas para las labores escolares y las búsquedas de información para escribir guiones, le fue ganando a aquel adolescente y niño que jugaba con la máquina de escribir.
Fue mucho tiempo después a modo de juego para compartir en un proyecto comunitario con los niños que escribía historias sobre ellos y personas de su comunidad para divertirnos y compartirlas en grupo. Puede ser esa la principal razón por la que aun siento que llegué tarde y más que montar en el último vagón, me tocó llegar a la terminal cuando el tren andaba un buen tramo en marcha y eso ha hecho que comenzara a escribir guiado más por instinto y por los referentes del propio consumo de mis lecturas de adolescente.
Así me llené de vicios y desorden a la hora de escribir. Cuando lo hago, la mayoría de las veces, ha sido por arrebato o simple impulso. Puede que leyera un texto (soy muy de sensaciones) y dijera si pudiese hacer algo que provocara ese mismo efecto que me provocó esto. Siento que intento montar en el espíritu que puede haber encontrado en algo que me gustó haber leído. Luego solo me pongo a escribir, casi sin rumbo y sin tener todo claro.
Lo que he pensado puede ser unas oraciones dispersas que han terminado siendo un cuento, lo que he creído sería un cuento: una novela. La historia más sin sentido ha terminado por ir encontrando más claridad hasta regalarme personajes que parecieran más lúcidos de lo que imaginé y lo que he creído tener muy claro, no ha pasado de la primera cuartilla.
Sé que suena loco, pero les confieso: he guardado meses el último párrafo de la última cuartilla de lo que puede ser el último capítulo de algo que luego encuentra su propio camino en medio del caos formado en mi mente. He escrito los capítulos de una novela en el orden más ilógico y absurdo del mundo. Incluso dentro de un mismo capítulo he tenido que dar espacio para escribir algo que creo debe suceder después o debió pasar antes.
|
No creo aún tener manías ni rituales, o quizás sí los tengo, pero están tan incorporados que solo los identifican los que conviven conmigo. Eso sí, créanme que sufro las historia, el desorden del cual las saco me genera un estado anímico bastante complicado, (ni hablar del mal carácter si alguien me interrumpe en ese momento) alguna vez dije que lo que escribo lo sufro, creo que tiene que ver del modo en el cual me acostumbré a escribir los guiones para los dramatizados del canal de tv local.
Siempre para hacerlo necesité tener muy clara la imagen y los personajes con sus movimientos en la escena y casi que iba actuando con ellos los parlamentos así que vivía dentro de mí, cada una de las sensaciones por las que pasaban los personajes.
Así sucede que para el resto del mundo solo estoy tranquilo sentado con la vista fija en el monitor de la máquina, pero mi mente anda en pleno maratón viviendo estados de ánimo que muchas veces me producen un estrés tremendo. Sin contar de la angustia por la incertidumbre de si podré completar la historia, llevarla a término y organizar las piezas del rompecabezas.
Tanto es así que, aunque luego sé que llega un proceso de revisión constante, la ansiedad no me permite concentrarme en casi nada más y, por lo general, nunca me detengo. Aunque después, en el proceso de revisión, sufra trasformaciones, una vez que comienzo, se me vuelve una obsesión incontrolable la necesidad de verlo terminado. Por eso puede que de un tirón en menos de quince días o un mes esté terminada la historia. (También depende de la complejidad del texto, aunque no me gusta escribir demasiado extenso y creo que un público infantil y juvenil precisa de historias al ritmo de una vida que les acompaña, marcada por un consumo de información mucho más ágil).
Al terminar, me doy de frente con unos de los momentos más duros. Luego del caos en mi mente llega lo que quedó escrito. Es cuando toca mover comas, puntos, darle con todo a la redacción, ortografía y entrar con todo a un trabajo más de ingeniería, de un pensamiento concreto y premeditado que se me hace agotador y complejo. (Vamos que siempre se me ha dado mejor pensar en las musarañas). Ese segundo caos me angustia y decepciona terriblemente. Es cuando choco más duro con esa llegada tardía a la literatura y la inexperiencia se me sale a chorros.
Llego a sentir vergüenza de tanto desastre, me cuestiono por estar intentado asumir algo que me puede estar quedando demasiado grande y, sobre todo, me culpo al reconocer las habilidades que me faltan. Muchas veces, al terminar de escribir, me digo que es la última vez, que eso no es lo mío que estoy demasiado chiflado y me provoca un estado de angustia del cual solo me sacan las manos amigas que ayudan a poner orden al caos.
Tengo que reconocerlo, los resultados que he obtenido, a pesar de ser joven, de haber comenzado a mirar hacia la literatura apenas desde el 2016 cuando le mostré algunos cuentos a alguien que tuviese una idea más clara del mundo literario. Todo cuanto he ido logrando, a pesar de las novatadas y las inexperiencias, son por las manos amigas, por las miradas de otras personas que ayudan a darle orden y sentido a las historias que intento escribir.
Aún sigo escribiendo más desde la intuición y los impulsos a la hora de sentarme a escribir. Aunque gracias a esa gente buena que me aprecia y ha tenido a bien brindarme ayuda, he ido cultivando los impulsos desde el oído atento a los consejos y la guía de muchas personas que me sugieren qué leer y a quién escuchar con mayor atención.
Ya que llegué atrasado a la estación no me queda de otra que seguir corriendo en busca de ese tren apresurado tras el cual he echado a correr y espero lograr estar cada vez más cerca, aunque tenga que seguir dándole duro a las piernas para que no se marche dejando atrás a este pasajero medio despistado y loco que insiste en, a pesar de las angustias, volver al papel en blanco una y otra vez. Se ha vuelto adicción, es incontrolable.
Mientras, sigo escribiendo y soñando con lograr tener algún día un libro hermoso que, desde los estantes de alguna librería, le arranque a un infante la más espectacular de las perretas para convencer a sus padres de comprarle el libro a pesar de que ellos intenten quitarle la idea conversándole de que es mejor dejar el dinero para otras cosas y que se entretenga jugando con el celular.
Quizás sea ese mismo que luego, ante tanta negativa, reúna el dinero que le den para la merienda en la escuela y, como hacia yo hace algún tiempo, (no estoy tan viejo fue hace poquito) termine yendo a la librería para comprarlo.