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De vacuna en vacuna

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    Escrito por María Antonia Borroto

    No recuerdo cuál fue la primera vez, ¿sería en la escuela primaria Josué País o apenas unos metros más acá, en el Centro de Salud Mental, también en la Avenida de los Mártires? ¿O en Santa Rosa, en la sala de rehabilitación? Es que yo misma estaba renuente… El temor al contagio, al papelazo, a interrumpir un trabajo tan delicado…

    Por eso los primeros momentos están un poco borrosos. Sé que fue el 7 de julio: aniversario de la proclamación del centro histórico de la ciudad como Patrimonio Cultural de la Humanidad. La coincidencia me ayudaría a presentar así, como quien no quiere la cosa, El Camagüey (elcamaguey.org), mi bebé más pequeño, el que cada día me sorprende y enamora más. En ese sitio web hay mucho sobre la génesis de la ciudad, su arquitectura, valores patrimoniales… Bueno, es que El Camagüey es precisamente eso. Y a la gente le gustó, y hasta nos reímos un poco, y algunos anotaron la dirección; otros, allí mismo, lo buscaron en la red y siguieron mis palabras también online…

    Ya en fecha cercana al 16 de julio, aniversario de Guillén, leí sus versos, esa “Canción filial” suya, tan entrañable y casi desconocida, incluida en El Camagüey con motivo del Día de los Padres. Debe haber sido en mi tercera vez en la Josué País… Tampoco recuerdo dónde hablé del pan patato, que a casi todos sorprendió, ese dulce llegado desde las islas del Caribe, poco conocido en esta ciudad, delicioso recuerdo de mi infancia esmeraldense. Disculpen la imprecisión, es que se me mezclan los días, los lugares, los textos… A ver, trato de recordar si fue en la Josué o en la secundaria Ana Betancourt donde leí “No sé por qué piensas tú, / soldado, que te odio yo…”.

    ¿O sería en la filial del ISA? Allí, por cierto, me topé con Idaleisy Rodríguez, de la librería de la Universidad de Ciencias Médicas, a quien conozco hace años, y presenté varios de los libros a la venta, incluidas mis Conversaciones gustosas. Siguieron pasando los días y cuando íbamos por la tercera dosis descubrí en la sede de Alimatic, también del área de salud del policlínico Rodolfo Ramírez Esquivel, un local con excelentes condiciones…

    Y volví al ISA, y a la Josué, y al Centro de Salud Mental… Y espero que esta idea de llevar la literatura a los lugares habilitados para la vacunación (la palabra vacunatorio no me gusta ni un poquito), se repita mientras dure el ensayo clínico en la población infantil. Reconforta muchísimo hacerlo, es la pura verdad. Aquí y ahora podría ensayar un pequeño discurso sobre valores humanos, la solidaridad y esas cosas, un discurso, aunque enfático, que no lograría traducir esa sensación tan agradable de saberse haciendo el bien. Y ya, que debo poner el punto final, pues se me hace tarde para ir de nuevo (¿por quinta vez?) a la Josué…

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    Equipo Editorial
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