
No es muy frecuente que entre nosotros abunden las selecciones de cuentos dedicadas a rescatar el quehacer de una provincia, porque en general las polémicas selecciones —polémicas por lo inclusivas o exclusivas— suelen más bien referirse a movimientos, temáticas o géneros. Por eso, cuando alguien tan emprendedor y talentoso como Yunier Riquenes García me habló por primera vez de Las fuerzas del mundo. Cuentos para niños de escritores santiagueros, selección suya que tengo el gusto de prologar, enseguida supe que era un gran reto para él rendir esta especie de tributo a las muchas maneras de ver el cuento para niños en Santiago de Cuba, desde los albores del siglo xix hasta el momento actual.
El reto se hace mayor porque en esencia se trata de un libro en el cual solo aparecen autores —de diferentes épocas, tendencias y grados de desarrollo en su escritura— por la única razón de ser santiagueros y dirigirse al niño en algún momento de su carrera.
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La selección se inspira y toma su título del precepto martiano que reza: “Se ha de conocer las fuerzas del mundo para ponerlas a trabajar, y hacer que la electricidad que mata en un rayo, alumbre en la luz” y creo que consigue su objeto de dar un panorama de la literatura para niños en la provincia justo en el año de su quinto centenario.
Hay muchos modos de dirigirse a los niños cuando se hace literatura. Están los autores que pretenden edificar un discurso cercano a la infancia y desvalorizan temas y estilos para edulcorar el universo que retratan. También los hay que se olvidan de su interlocutor y solo pretenden hacer buena literatura. Para otros, a los niños únicamente puede interesarles aquello que se mueve en su entorno más cercano. En el criterio de otros, la literatura debe educar a los niños y darles conocimientos, instrucción. En fin, podría seguir enumerando propósitos, tendencias y credos de tantos y cuantos que afirman triunfalmente: “sí, yo escribo para niños”.
Lo que sí nadie puede negar es que el espectro de lecturas que se puede brindar a la infancia debe ser lo más abarcador posible, sobre todo en el sentido de que este lector en formación pueda tener un abanico amplio de donde escoger, abanico de ideas sobre todo, que le permita ver el mundo de todas las maneras posibles en que fue visto por un autor y, por supuesto, de entenderlo mejor, saber cómo ubicarse en él y sobrevivirlo airoso.
Desde que abrimos las páginas de Las fuerzas del mundo con un relato costumbrista y fabular de alguien nacido en 1808 como Juan Bautista Sagarra Blez, al que sigue otro contemporáneo suyo como Pedro Santacilia y Palacios, y lo cerramos con un cuento bien actual —en tono y contenido— como el del propio Yunier Riquenes, todo el tiempo el lector aprecia las maneras tan diferentes en que autores de una misma provincia tratan, por una parte, de apresar en sus letras no solo el paisaje, sino las costumbres o historia local y, a la vez, el modo de dirigirse a la infancia.
En Las fuerzas del mundo conviven con bastante fortuna cuentos muy distintos entre sí, desde los que presentan la cruda realidad de los niños hasta aquellos que, rescatando un género tan antiguo como la fábula, nos hablan de las virtudes y maldades humanas. Los hay realistas y fantasiosos, tradicionales y modernos; algunos de lenguaje bien directo, que a veces golpea por su estilo, y otros muy sugerentes y poéticos.
En el libro aparecen desde clásicos como Emilio Bacardí y Moreau, célebre por sus Cuentos de todas las noches, hasta alguien tan imaginativo y talentoso como Mirna Figueredo, animadora del trabajo cultural con la infancia, promotora literaria y galardonada por sus libros, que para este panorama aporta uno de los cuentos más bellos, singulares y trascendentes.
También tenemos a autoras que se mantienen vigentes desde hace años, como las hermanas Enid e Ivette Vian. Cada una de ellas, en su estilo particular, se dirige al niño en tramas bien entretejidas, donde campean gozosos imaginación y realidad, emotividad y lirismo, visión desprejuiciada del mundo y ese donaire que nos hace querer leerlas una y otra vez.
Por más de una razón profesional he tenido la grata suerte de visitar muchas veces Santiago de Cuba, una de mis ciudades preferidas, y en cada viaje conocí a personas entrañables, algunas de las cuales hoy no están. Por eso ha sido una inmensa alegría descubrir que, con paciencia infinita, Yunier Riquenes haya hilvanado en este panorama de una veintena de autores, cuentos de personas con una obra más o menos (re)conocida, pero que en algún momento se sintieron tocadas por la infancia, al punto de dedicarle algunas de sus letras.
Es el caso de figuras como Adolfina Cossío Esturo, Orlando Concepción Pérez, Ana Belquis Luna Beatón, Juan Leyva Guerra, Omar Lora Rodríguez, Rafael Soler, Pedro Álvarez Aguilera, Enrique Gómez, Isabel Minerva Blanco Reyes, Arturo Stable, José Orpí Galí, José Manuel Fernández Pequeño, María Elena Domínguez Segura, Gisela de la Torre Montoya, Nancis Vega Garcés, Mirian Castillo Catalá, Eduard Encina Ramírez y Yulexis Ciudad Sierra.
Vale agradecer la inclusión de alguien tan sensible al trabajo con la infancia como puede ser la poeta Teresa Melo, que pese a no ser habitual en la literatura para niños ya ha regalado El mundo de Daniela y pronto entregará El cuento del cuento, del cual se toma un fragmento en este panorama.
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Las fuerzas del mundo deviene, entonces, un interesante recorrido por la narrativa para niños en la Santiago de Cuba de varias épocas y un panorama de voces muy diferentes que enfrentan el acto creativo desde sus herramientas, puntos de vista y percepciones del hecho literario. Sé que cada lector hallará aquí al menos un cuento en esa amplia senda, tan llena de atajos, senderos y vericuetos, como el que nos ofrece este libro singular.
La Habana, 22 de julio de 2015.