
Mujer 2. Enriqueta Faber (1791-1845).
Haga un acto de abstracción y salgase de estos albores del siglo XXI y viaje a principios de siglo XIX. Ubíquese como mujer en un campo de batalla en Austria, donde ve perder la vida a su esposo y en un minuto de reflexión que parece una infinita eternidad, decide hacerse pasar por hombre y huir del viejo continente hacia América, específicamente el Caribe.
Si esta breve nota introductora no es capaz de removerle las costillas de la curiosidad o de su género, apriétese el alma por algún costado para leer la historia extraordinaria de un ser, que si bien no nació en este archipiélago, está en nuestra historia de modo indiscutible como “la primera mujer en ejercer la medicina en Cuba“.
Enriqueta Faber nació en Lausana, Canón de Vaud, Suiza, en 1791. Sus abuelos fueron Juan Faber e Isabel Caven, quienes eran muy ricos y aficionados a las artes. La muchacha de finos modales, cuatro pies y diez pulgadas de estatura, piel blanca, mejillas rosadas, ojos azules, cabellos y cejas rubios, nariz abultada, boca y frentes chicas, quedó huérfana y arruinada a los 16 años, y pasó al amparo de su tío Enrique Faber, Barón de Avivery y coronel del ejército francés.
Comienza una vida en la casa del Barón en Paris, hogar donde abundaban las fiestas y tertulias. Allí conoce al oficial de cazadores Juan Bautista Renaud, con quien se casa, matrimonio del que nace un niño, del cual algunas versiones dicen que murió a los 8 días de nacido y otras que fue arrancado de los brazos de su madre, para ser entregado a una baronesa incapaz de procrear.
En 1808, como oficial del ejército invasor napoleónico, Juan Bautista marcha a Austria, y como solía ser para algunas esposas de altos militares, Enriqueta lo acompaña al campo de batalla. Juan Bautista muere en la contienda de Wagram y Enriqueta queda viuda y sola con sólo 18 años.
Es en ese preciso momento que resuelve no depender más ni de su tío ni de ningún hombre. En un acto de súbito meditar, tuvo una especie de alumbramiento inaudito y decide renunciar a su condición de mujer.
Era 1810, y usando ropas varoniles y con el nombre de Enrique Faber, matricula la carrera de medicina en Paris.Terminada de graduarse, ejerce de cirujano en las tropas de Napoleón en sus campañas, tanto en Rusia y España, donde es hecha prisionera y encarcelada hasta 1816.
Cansado(a), Enriqueta Faber abandona Europa y viaja a las Islas Margaritas primero, y luego a Santiago de Cuba, donde llega el 18 de enero de 1819, a bordo del velero La Hevetía.
De Santiago de Cuba decide buscar un lugar donde su aspecto delicado despierte menos sospechas y pueda consultar a los enfermos sin someterse a las pruebas y trámites que establecía el tribunal de Protomedicato. Es así que escoge para residir a la Villa de Baracoa, distante de las populosas urbes.
Pero ni siquiera allí escapa a las presiones sociales. Su soltería, su aire de primer mundo, su acento europeo y su capacidad profesional, resultaron muy atractivos a las casamenteras que veían en el médico un buen partido para sus doncellas.
Después de rechazar algunas señoritas de sociedad, Faber optó por lo que parecía la solución ideal. Propuso matrimonio a la veinteañera Juana de León Hernández. La muchacha, huérfana y pobre, padecía de tuberculosis, por lo que le propuso vivir casados, pero en principio como buenos amigos y acogedora armonía, pues al estar débil la muchacha, no podía dedicarse a cumplir con sus deberes como esposa.
El 11 de agosto de 1819 se efectuó la boda en la iglesia parroquial de Baracoa, quedando asentado en el libro de matrimonios de blancos.
De paso por Baracoa
Poco tiempo después, el éxito como médico de Faber, despertó la envidia de sus colegas, quienes le prohibieron practicar la medicina hasta que pasara las pruebas de rigor. Al mismo tiempo, la buena alimentación y los cuidados extremos que Enriqueta le tributó a Juana, animaron a la joven esposa, la que no se contentaba con un matrimonio a medias y comenzó a reclamar la actividad sexual de su compañero de cama.
En ese tiempo, Enrique viaja a La Habana, se entrevista con el Gobernador de Cuba, teniente general Juan Manuel Cagigal, quien el 22 de marzo de 1820 le otorga la carta que le permite residir y trabajar en cualquier lugar de la Isla.
Un mes después, el tribunal Protomedicato le da el aval para ejercer su profesión, otorgándole además el cargo de Fiscal del Protomedicato en Baracoa, nombramiento que no fue bien aceptado en la Villa, pues no se entendía que un extranjero ostentara tal título, un dato que también la convierte en “la primera mujer en Cuba en cargar con esos honores“, aunque la historia no lo recoja así, por la obligada simulación en que Enriqueta atravesaba ese período pasando como hombre.
Los pasos de Faber comienzan a llenarse de chismes e intrigas, situación que empeora cuando en la casa su esposa lo encara y se entera de su condición de mujer. Enrique le confiesa la verdad y le ruega que guarde silencio y vivan como hermanas.
Juana de León no estuvo de acuerdo y la noticia explota con la fuerza de una bomba.
En mayo de 1822 Enrique partió de Baracoa y se estableció en el pueblo de San Anselmo de los Tiguabos, dentro del mismo Guantánamo, escondiéndose de las autoridades, pero los rumores lo persiguieron y Faber para demostrar su masculinidad, buscaba compañía en personas adictas al alcohol, algunas incluso dementes. En enero de 1823 Juana pide la anulación del matrimonio y es suficiente para que decidan apresarla y llevarla a reconocimiento de sexo.
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Enriqueta es detenida y trasladada a Santiago de Cuba, sufre humillaciones, es amenazada de ser paseada desnuda y ante esa vejación intenta suicidarse. Sufre como nadie la inclemencia de hombres y mujeres “puritanos” donde pocos son los que, aún estupefactos por la revelación del hecho, salen en su defensa en pro del bien que había brindado. Durante el proceso judicial asume todos sus actos con la fe y la esperanza que al reconocerlos, no será cruelmente juzgada. Hechos como falsificación de documentos, perjurio, instigación a la violencia, práctica ilegal de la medicina, profanación del sacramento del matrimonio católico e impostura, sacrilegio y engaño fueron suficientes para que después de varias propuestas de condena, finalmente quedara en cuatro años de prisión y luego de ser cumplidos, desterrada de todas sus posesiones y del país.
Permanece primero en el Hospital de Paula de la Habana por muy mal estado de salud, y luego, bajo régimen de máximo rigor, es vigilada en la casa de “San Juan de Nepumoceno de las recogidas”, lo que hoy pudiera llamarse un sanatorio. Desde allí, una madrugada fría es embarcada hacia Nueva Orleans, Estados Unidos, dejando un vacío historiográfico que cayó en el campo de la especulación y el misterio por no saberse a ciencia cierta cuál fue su verdadero destino en suelo norteamericano.
Su historia ha dado pie a tres libros que la abordan dentro de la literatura cubana y hoy en día, sirve de patrón referencial al fenómeno transexual. Tenía solo 54 años al morir la mujer que ejerció en Cuba, primero que todas, no solo la medicina, sino, la osadía de transgredir las leyes y los dogmas de la época, que negaban el derecho civil a las féminas de ejercer tan humano oficio.
Impactado por estos datos, el cineasta cubano Fernando Pérez, realizó la película “Insumisas“, la cual recomiendo de buena tinta.