Escrito por Alexey Mendoza Quintero
Granma, 3 ago.- Todas las mañanas Ramona, la eficiente librera de Jiguaní, coloca una humilde mesa de madera reparada por ella misma, frente a la biblioteca pública Calixto García Iñiguez. Diligente y con una sonrisa atiende a niños, jóvenes y adultos interesados por algún libro. También orienta a paseantes y personas que buscan direcciones o productos de primera necesidad como aceite o pollo y que ella, desde su puesto laboral cercano a la carnicería La Dalia, puede visualizar con facilidad. Según las estaciones del año y la sombra de un árbol del boulevard puede decir la hora con admirable precisión. A veces la mesa y el suelo de granito se llenan de flores amarillas, regalo natural del árbol como metáforas descendentes.
Pero desde que comenzó el verano, Ramona y sus libros se han visto cercados por catres de cuentapropistas atiborrados de zapatos, ropas, juguetes y bisuterías al más puro estilo de los pequeños comerciantes privados de América Latina. Ella se mantiene estoica, serena a pesar del bloqueo. Y no es nada personal contra los nagüitos heroicos, pero hay un atisbo de anarquía, de fricción contra la espiritualidad y desdén municipal.
Ramona es un ejemplo clásico de resistencia contra el peligro antiliterario que nos acecha. Se lee poco y se indisciplina más. Quienes soslayan los libros hipnotizados por la pacotilla de extramuros tienen que estar alertas. La cortesía, el respeto, la cívica que caracterizó al jiguanicero siempre partió de una familia preocupada por tener una buena biblioteca en casa. La lectura es placer, conocimiento y no monotonía.
Por eso recomiendo a la administración del Departamento Económico de Cultura de Jiguaní, a Planificación Física y a los nagüitos que, por favor, levanten el sitio a Ramona, y de paso, después del ligero almuerzo y la breve siesta donde cabecean hospitalariamente unos contra otros, lean algún libro. Hagan suya la teoría de Onelio Jorge Cardoso sobre las dos hambres fundamentales del hombre: la física y la espiritual. Devuelvan el espacio vital que siempre ha pertenecido a Ramona. Sería hermoso seguir viendo caer flores amarillas sobre y alrededor de los libros como metáforas descendentes.
