
El día empieza realmente cuando retomo el manuscrito. Ya me ocupé de tareas domésticas: el aseo, el desayuno. Enciendo la laptop y surge esa especie de barrera. No necesito mucho: tranquilidad, el aire en la ventana, café (si es posible) y que nada ni nadie me interrumpa. Ese tiempo debe ser sagrado.
Mientras escribo experimento, disfruto el instante y hasta me divierto en ocasiones. Aunque también existe la angustia, que es preciso liberar a diario. Escribo de lo que conozco, sobre lo que consiga provocarme. Investigo mucho sobre el tema antes de lanzarme de lleno. Escribir es compartir un testimonio, donde las imitaciones no tienen cabida. Como alguien dijera, es liberar una corriente de vida que bulle en tu interior. Esa es la idea, sentir esa corriente y compartirla. No tolero las poses, ni las grandilocuencias. No pretendo impresionar ni complacer.
Archivo muchísimas historias, y presiento que el tiempo no me alcanzará para desarrollarlas, como tampoco para leer la cantidad de libros que quisiera. En toda literatura reside algo autobiográfico, que se va dibujando en cada personaje, con cada historia. Es una búsqueda de respuestas desde el interior, que va tomando forma hasta que puede ser compartido.
Cuando el libro está listo, en formato de lectura, tomo distancia. Me gusta pensarlo como un ser independiente, capaz de andar solo por el mundo, estableciendo sus propios lazos de empatía. Concibo la literatura como un acto de emancipación, de salvamento. Si preciso liberar tensiones me amparo en la música. Me dejo llevar, bailo y me redimo. La música regenera, tiene ese poder de sanación.
Mi casa es mi reino, aquí encuentro lo que necesito: espacio, tranquilidad, silencio. Antes temía a vivir en soledad, ya no. He aprendido a mirar la soledad de otra manera, a disfrutarla y utilizarla a mi favor. Mi familia es lo más importante, mi apoyo, mi sostén, mi garantía. Ellos siempre están, en las buenas y en las no tan buenas, y a ellos siempre regreso. A mi hijo dedico todas las historias que escribo, él es mi personaje favorito. A mi madre le agradezco infinitamente haberme introducido en el mundo de los libros. De sus manos recibí los primeros, cuando todavía no había aprendido a leer y desde entonces ya no he podido detenerme. Leer se convirtió en una pasión.
La literatura es mi refugio. Me interesa explorar al ser humano, con sus complejidades, sus contextos y sobre ello escribo. Disfruto escuchar a las personas, entenderlas, indagar en el porqué de ciertas actitudes. Nunca fui buena conversadora, asumí el acto de escritura como una forma de comunicarme con la gente. Escribir muchas veces puede ser considerado un intento de insurrección, pero también de fe, por eso no se puede andar con titubeos. Me atraen los personajes complejos, antihéroes, marginales, incomprendidos. Los invisibles. Los solitarios. Me gusta romper estereotipos, trasgredir las normas. Mi mayor acto de rebeldía literaria fue cuando tenía alrededor de diez años y desde mi insubordinación versioné la historia de La bella y la bestia. Recuerdo que no estuve conforme con el cuento original y me sentí precisada a cambiarlo. Nadie lo supo jamás, nadie siquiera leyó mi versión, ni tuve el tino de conservarla, pero yo estaba satisfecha, si me lo proponía era capaz de cambiar el mundo, a mi manera, solo bastaba con sentarme a escribir.
Actualmente me propongo abordar el universo femenino, con sus complejidades, sus conflictos. Las mujeres no hemos conseguido liberarnos del todo de estereotipos y censuras, por eso una mujer que se dedique a este oficio, a crear historias, asume el compromiso de convertirse en vocera de su género, de su contexto, hablar también por las que se acogen al silencio. Una mujer que escribe es una mujer que se desnuda y expone algo más que su propio cuerpo.