
Finalmente llegué a Barcelona. Hubo algunos problemas con los billetes del tren que me llevaban de Madrid a Barcelona, pero no lo voy a relatar. Era un mínimo obstáculo para conocer una parte de Madrid y gente de España. Por eso no habrá foto, pero sí un tremendo recuerdo de superación personal. Había un cartel en una estación que mostraba a Cervantes y su destreza narrativa y recordé lo que vale leer El Quijote.
Allí descubrí buena gente de España que me guiaba, ayudaba a salir. Y con la eficiencia del metro pude encontrar nuevos boletos y embarcar.
El muchacho que antes casi me llama a seguridad se mantenía en su puesto y fui a verlo nuevamente. Le regalé un libro y le expliqué la nueva situación. El fue ahora muy amable y me llamó personalmente para abordar. Incluso se despidió con una sonrisa.
Después en el tren, en el ave, como le llaman, conocí a Mercedes. Tampoco dejo foto suya. Ella venía leyendo El hombre que amaba los perros de Leonardo Padura. Y me habló de su amor por la lectura, de la llanura castellana y de los procesos políticos en Barcelona, como por ejemplo, en la misma familia los hermanos pensaban diferente, pero seguían teniendo reuniones familiares.
Me habló de su viaje a Cuba y su visita a Viñales y La Habana. Y hablamos de Cuba, su historia, sueños, esperanzas y desafíos. Le regalé la edición de La novela de mi vida de Ediciones Matanzas y le dije que era escritor, promotor cultural.
Mercedes viajaba con sus dos hermanas en viaje familiar de cumpleaños. Me mostró hermosas fotografías de una mezquita en Córdoba. Y me invitó a descubrir las bellezas de su país. Yo vine a eso, le dije , y a un evento académico. Vine a triunfar, que significa abrirse caminos. Ustedes los cubanos son muy luchadores, me dijo. Y antes de despedirse me dio un beso y me indicó el camino.
Acabo de comprarme un palo de selfi…